fabian | 26 Novembre, 2014 11:13
Al tiempo que Miguel de los Santos Oliver va exponiendo sus propuestas de creación de una industria turística, señalando las virtudes naturales de la isla para ello, muestra a la vez cierto escepticismo sobre el "factor humano" de que haya emprendedores que se arriesguen en esa empresa. Enuncia que cree en la "casualidad" como esperanza de que algo pueda surgir. Y a veces hay suerte.
Desde la terraza
(Páginas veraniegas)
VIII
Acontéceme con el asunto de mis artículos, que cuantas más vueltas le doy, más evidente me parece la posibilidad de mis ilusiones en esta materia. Y alguna vez llego á hacerme cruces de que nadie, hasta ahora, haya abordado de una manera decidida tan simpática y provechosa empresa. Casi toda mi filosofía se reduce á un aforismo, en apariencia insignificante: el de las pequeñas causas que producen grandes efectos y creo, á pié juntillas, que la mayor parte de descubrimientos, de maravillas y de revoluciones, se deben al soplo tornátil de esa Hada caprichosa, invisible y coqueta que llamamos casualidad. Otra empresa, mucho más atrevida, mucho más difícil, mucho más costosa y de profundísima influencia política y social, nació de esta suerte. La idea, mejor dicho, el ensueño de la conquista de Mallorca, lo absorbió de una manera inesperada el Rey Don Jaime en el banquete de Pedro Martel, donde el experto navegante relató su viaje á la isla, revelando al joven y animoso caudillo una comarca expléndida, fértil y encantada. De aquella brillante descripción, del entusiasmo y del fuego que vertió Martel con sus palabras, de la excitación ardiente y pasajera, propicia á convertir en realidad las quimeras, que se experimenta en una sobremesa surtida de ricos vinos cuando se encienden la sangre y las esperanzas... surgió con seguridad el hecho más trascendental de nuestra historia.
No hace todavía cinco lustros que se presentó modestamente en esta isla, viajando con el título de Conde de Neudorf un magnate de estirpe regia, S. A. el Archiduque Luis Salvador, hermano del último Gran Duque de Toscana. Cruzó, sin darse á conocer, esta isla, admiró sus bellezas, se extasió ante sus panoramas, recogió sus tradiciones, haciéndose familiares su historia y su lengua. Al poco tiempo adquiere el fundo de Miramar, al que ha ido anexionando una porción de predios contiguos. ¿Quién guiaría sus pasos hacia Mallorca? Sin duda, una simple curiosidad de viajero, harto de conocer los sitios famosos. Y al hallarse aquí se encontró, por casualidad, con algo no soñado ni previsto, con algo que atrajo todas sus aficiones y sus munificencias de príncipe, con esa propiedad extensísima que hoy hace asequible á todo el mundo, bordándola de caminos y de veredas, sin más objeto que el de llegar á un sitio pintoresco ó á un lugar ennoblecido por una tradición. Mucho, muchísimo debe la isla al generoso prócer, que ha venido á dar la norma de lo que podrían hacer los dueños de otros sitios hoy escarpados y casi inexpugnables, por ejemplo el Torrente de Pareys y la Calobra. Mas dejando para otro día este incidente, volveré á lo que ya tengo dicho, á la necesidad inmediata de contar ante todo, con medios de alojamiento, dignos y capaces.
Voy á ser completamente franco y á confesar que no creo que la primera embestida ni el primer paso salga de entre nosotros. Para tamañas empresas se necesita, á parte de un capital superior ciertamente al que suele constituir la fortuna total de nuestros comerciantes, una fé y un conocimiento de la materia que sólo se obtienen con la experiencia de continuos viajes y con la observación de los gustos y de las inclinaciones de la extensa colonia trashumante. Gran satisfacción para mí sería que estos, ú otros artículos que me propongo publicar fuera de Mallorca, acertasen á despertar por casualidad, por la casualidad en que tanto confío, las buenas disposiciones del hombre sagaz y emprendedor que yo he fantaseado, mezcla equilibrada de aptitudes mercantiles y artísticas, soñador y aritmético, con algo de Rostchild y de Bécquer á un tiempo mismo. Y feliz en sumo grado me consideraría, si mis superficiales pláticas lograsen arrancar una vibración al unísono en quien fuese capaz de dar formas concretas y tangibles á la idea. En Mallorca no conozco, ó al menos no se ha revelado todavía, quien con los recursos, la inteligencia y la audacia indispensables, se pueda aventurar á ello. La iniciativa es aquí, lenta y de bajo vuelo. La negociación se hace en pequeña escala procurando suprimir todo azar y todo elemento aleatorio. El periculum sortis amilana y sobrecoge á todos los espíritus mercantilistas y en vez de redoblar en ellos las energías y de añadir el incentivo del albur y de una especie de apuestas con las circunstancias de lugar y tiempo, nuestro comercio arranca al simbólico Mercurio las aletas de los pies voladores, para aprisionarlos en el borceguí de plomo de la parsimonia.
De aquí, que no podamos esperanzar grandes cosas de los capitales y de los capitalistas indígenas. Además, por razones del tráfico á que se han dedicado todos ellos, por la timidez propia de nuestro carácter, por el desconocimiento de costumbres, pormenores y detalles en un todo extraños á nuestra educación y á nuestra índole, se vería expuesta á fracasar la intentona. Todo nos parecería sobrado, cuando tal vez fuese mezquino; todo nos parecería excusable y superfluo, cuando estas superfluidades resultarían una necesidad. Creeríamos pecar por esceso, cuando seguramente nos quedaríamos cortos y en una palabra, no daríamos al asunto las proporciones que exige y que, de cerca y con el radio de nuestro horizonte, no abarcaríamos en toda su amplitud. Vale más aguardar el día en que la casualidad, madre de la inspiración, haga torcer el carro de la Fortuna hacia nuestro país. Vale más esperar á que algunos de esos emprendedores audaces, solicitado por misteriosas atracciones ó por excitaciones directas, venga á estudiar sobre el terreno la posibilidad de la empresa.
No de otro modo se hizo en Suiza, ni de otro modo se logrará aquí. Dado el primer paso, lo restante vendrá por la inercia del movimiento; y el primer paso, como tenemos repetido, es la construcción de un gran Hotel, albergue magno capaz de recibir y satisfacer á las personas más exigentes y mejor acostumbradas. Un establecimiento de primera clase, construido expresamente, con elegancia, con primor y montado de una manera moderna é inteligente; atendidos con pulcritud todos los servicios, desde el de mestre d' hotel hasta el del último camarero, desde el menú hasta el salón de lectura, y desde el mueblaje hasta la sucursal telegráfica. Con esto se tendría la base imprescindible para revelar y ofrecer al gran mundo la existencia de este otro mundo delicioso y recóndito que hemos ido descubriendo. Entonces sería la ocasión oportuna para presentarlo, entonces estaríamos seguros de que nadie había de marcharse con la decepción que producen las incomodidades y las deficiencias.
Pero, aun no es esto todo. Ya tenemos el edificio, limpio y flamante, con sus verjas de hierro; con su jardín exuberante y meridional con su suntuoso atrio y sus soberbias escaleras, emplazado, v. gr., junto á la Lonja, en la explanada que el puerto debe ganar al mar en su avance definitivo. Está dispuesto para recibir á esa muchedumbre cosmopolita, á los huéspedes más ilustres y notables. ¿Qué falta? Falta todavía algo esencial é imprescindible, algo que es el alma de toda especulación moderna, algo á que se debe atender en primera línea y con singularísimos cuidados: la publicidad. En Mallorca, y hasta hace poco en la España entera, se ha venido desconociendo la importancia de ese factor. Todo se fraguaba en la sombra, todo se apagaba en el vacío y en el silencio, todo moría en la oscuridad. También la influencia extranjera ha venido á desarraigar el hábito antiguo y hace algunos meses presenciamos la inauguración del magnífico balneario de Nanclares de la Oca y en estos últimos días la botadura de un crucero en Bilbao, hechas á plena luz y casi entre el fulgor de la apoteosis.
No es otra la forma indicada; y sin discutir ahora lo que aconsejan la discreción ó la cordura escrupulosas, no podemos prescindir del estado actual ni de las exigencias de la época. Esta responde al reclamo; todo lo que no llega á la opinión pública por conducto de los órganos de publicidad, que son como sus sentidos corporales, es lo mismo que si no existiese. Se requiere un anuncio eficaz, intenso, implacable; no ya ese anuncio rutinario de la cuarta plana de los periódicos, sino ese otro anuncio indirecto, ingenioso, literario y altisonante, de relaciones y artículos, de revistas é informes telegráficos, de fantasía y de hipérboles, con que los heraldos del periodismo lanzan á los cuatro vientos del mundo civilizado el agudo y penetrante clamor de sus estupendas trompeterías... Se requiere que vengan aquí redactores de los cuatro ó cinco colosos de la prensa europea, y de los más importantes periódicos españoles y que asistan á la inauguración del Hotel y que conozcan, entre toda suerte de agasajos, las maravillas de la isla, para que al día siguiente el Times y el Standard, el Figaró y el Gaulois, el Secolo y el Tagheblat, el Imparcial y la Epoca, etc. etc., llenen una y otra columna de animados conceptos y de pintorescas y exuberantes descripciones.
Algunas listas de nombres notables seguirían después; la influencia de nuestros hombres políticos podría combinar tal vez estos festejos con un próximo viaje de nuestra Soberana; los prospectos, en todos los idiomas, irían á las familias distinguidas, á las direcciones que contiene el Almanaque de Gotha, á los casinos y á los clubs más selectos... y pronto, el dique de la indiferencia se habría roto, y por el abierto portillo penetrarían la animación, la vida y el provecho.
(La Almudaina, 14 de Septiembre de 1890)
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