fabian | 10 Abril, 2012 09:49
Rubén Darío (1867 - 1916) escribió en Mallorca dos obras en prosa, ambas inacabadas, tituladas "El oro de Mallorca" (1913) y "La isla de oro" (1907). La más conocida es El oro de Mallorca, la cual se encuentra libre en Internet. No ocurre lo mismo con "La isla de oro", la cual, siendo como el resto de la obra de Darío de Dominio Público, no se halla aún en Internet, pese a ser una obra de interés.
Pongo aquí la primera de las seis partes de esta obra, titulada "Divagaciones", que fue publicada en "La Nación" el día 5 de abril de 1907.
La isla de oro
Divagaciones
He aquí la isla en que detiene su esquife el argonauta del inmortal ensueño. Es la isla de oro por la gracia del sol divino. Vestida de oro apolíneo la vieron los antiguos portadores de la cultura helénica, y los navegantes de Fenicia que, adoradores de Hércules, le alzaron templos en tierras españolas; y que al llegar a esta prodigiosa región creyeron sin duda encontrarse en lugar propicio a los dioses fecundos y vivificadores. Aquí puede repetir todo soñador la palabra del latino antiguo que ha hecho vibrar en nuestros días los labios del prestigioso D'Annunzio y que se ostentan en las armas de la germánica Bremen: «Navigare necesse est, vivere non est necesse». Y así evoca una lírica decoración de Cellini, gráfico intérprete d'annunziano, en la cual de manera arcaica se representa el vuelo de un barco de los prodigiosos tiempos odiseos sobre las aguas armoniosas en que a flor de espuma se alegran de la vida, entre delfines y bajo la gloria solar, sirenas de flancos voluptuosos y tritones que hacia el firmamento lanzan el clamor de sus caracoles sonoros:
Re del Mediterráneo, parlante
nell maggior corno della fíamma antica,
parlami in questo rogo fiammeggiante!
Questo vigile fuoco ti nutrica
il mio voto, e il timone e la polena
del vascel cui Fortuna fu nimica
o tu che col tuo cor la tua carena
contra i perigli spignere fosti uso
dietro l'anima tua fatta Sirena,
infin che il Mar fu sopra te richiuso!La dama inglesa fue la que recitó esos versos del óptimo poeta. Recitaba sin acento el idioma de Italia, tal como habla el francés y el castellano.
¡Amable compañera de viaje! Amistad ocasional, solitaria y enigmática señora que viene de Nápoles, de Grecia, que irá luego a Egipto. —«Amo el Sol, soy una amante del Sol. Por eso adoro esta isla que usted conoce ahora y adonde yo he venido ya otras veces. Y en ninguna parte he visto mayor triunfo de la magnificencia solar y mayor derroche de oro, de oro del cielo, de oro homérico.»
— Señora, tiene usted razón. Y acaba de pronunciar el nombre sacro. En todo esto flota el aliento de la vieja inspiración helénica, y como Heracles en Gades, Melesígenes debió haber tenido aquí un adoratorio. Y a propósito, tenga usted por dados, tres veces, mis «¡hip, hip, hip, hurra!», en honor de la noble Inglaterra, en donde por todas partes se esparce el generoso perfume de la cultura clásica. El viejo Gladstone, en la cámara, adornaba, como se sabe, sus arengas sobre asuntos políticos con versos de la Odisea y de la Ilíada. Y en lindos labios femeninos de ultra Mancha, no es raro oír los nombres que constelan los poemas de los tiempos olímpicos.
— Usted viene, según me ha dicho, en busca de salud. Me parece que ésta le sobra... por su aspecto y por su espíritu. Todo lo clásico es sano. Su espíritu vive en lo clásico, luego la salud está con usted.
— Es, querida señora de los ojos extraordinarios, que en este adorador de lo clásico, hay un romántico que viene de muy lejos.
— ¿Desde dónde?
— Desde el Cáucaso
— ¿Y desde cuándo?
— Desde Prometeo. No se asombre usted, y escuche estos conceptos: «¿Por ventura Prometeo no es la encarnación del eterno elemento romántico en medio de la cultura helénica?». Quien ha dicho esas palabras, en catalán, es un compatriota de Raimundo Lulio, un mallorquín cuya bóveda craneana encierra cosas hermosas y profundas que han ya brotado en períodos robustos y en alados apotegmas que anuncian cosas grandes. Se llama Gabriel Alomar el Futurista.
Palma parecía verdadera y fantásticamente incendiarse. Había en el ambiente como una miel vespertina y un abejeo de versos. En la parte de la costa en que nosotros nos hallábamos no había sol, en tanto que la ciudad aparecía a nuestros ojos toda en luz viva y alucinante. Y la bahía especular reflejaba la milagrosa visión a modo de un cristal de encanto.
Lady Perhaps — éste es el nombre de mi amiga —, se levantó y se puso a sonreír delante del magnífico espectáculo, y, sonriendo, dijo lentamente:
— He aquí, pues, una tarde clásica y un momento romántico.
— Lo clásico, lo romántico, lo simbolista, lo decadente, no son más que facetas del eterno diamante. Poesía. Usted misma, señora, a quien no sentará sino bien el nombre de Musa, comprende todos esos aspectos, puesto que en sí contiene la lira y la ilusión. Un músico hizo una vez delante de mí el elogio de la mentira, pero no tan bella y elegantemente como un poeta compatriota de usted. Pues bien, la mentira no existe, pues ella no tiene representación sino como la negación de la verdad. No hay más que una verdad, así como no hay más que una belleza sin ser ésta resplandor de aquélla, según el decir platónico. Ahora esa verdad y esa belleza son vistas a través de las lentes infinitas de las individualidades. Y estamos metafísicos, mi amable Lady.
— Es que comemos demasiado ensueño, mi querido señor. Con una diferencia. Usted es un latino — llamémosle latino, aunque se dice que no hay tal latinismo —, y con tal temperamento, o con tal educación, se nutre de un ensueño muy distinto del mío, puesto que soy una sajona de ojos azules.
— Yo me nutro de beefsteaks sajones y de trigo y vino latinos, y de muchas cosas más.
Soy hombre y nada de lo que al hombre toca me es extraño... Soy poeta, y nada de lo que al poeta toca me es extraño... Yo doy entrada en mí a todas las bellezas parciales que componen la belleza; y a todas las verdades particulares que componen la verdad...
— Divagamos en la Isla de Oro...
— Divagamos. Y divagaremos. ¿No es éste un grato programa?
— Programa ciertamente grato.
Y excelente refugio para dialogar sobre asuntos hermosos es la florida Mallorca. Porque, aunque se esté solo, el monólogo no existe. Siempre se dialoga. «Temes en el muro una mirada que te espía», dice el poeta. Y una oreja que te oiga, hay que agregar. Plotino o Novalis sabían que existen esas cosas misteriosas. Hablamos y se nos contesta. Lo que hay es que a veces no sabemos comprender.
La noche estaba para entrar, anunciada por un lucero. Lady Perhaps, en un pequeño salón en que había hecho el día una lámpara eléctrica, me tendió un periódico en el cual leí: «Antes de Jovellanos, Mallorca parecía un país sin alma. Era... una tierra; una de tantas tierras de las cuales se cuenta la producción, la bondad del clima, el grato sabor de las frutas, la abundancia o escasez del agua, la cosecha del aceite, la cosecha de almendras... Ahora se diría que tiene dos personalidades: la personalidad exclusivamente geográfica o del registro de hipotecas, y la personalidad encantada a que la ha conducido, poco a poco, la transfiguración del arte y la poesía». Jovellanos, Grasset de Saint-Sauveur..., Jorge Sand y Chopin..., Ole Bull el violinista, Piferrer, Cortada..., Doré, Hübner, Haes, Verdaguer, Richepin, Albéniz, Granados, Rusiñol, Mir, Pin y Soler... Pongamos, señora, nuestra parte de oro sobre el oro, nuestra parte de mirra sobre la mirra, nuestra parte de incienso sobre el incienso. Yo, por mi parte, he traído a revolar sobre estas aguas y entre estas flores a mi cisne familiar.
Lady Perhaps tuvo un elegante movimiento y dejó pasar a través de sus preciosos y finos dientes algo de su nacional humour.
— Y esa tremenda Jorge Sand — me dijo — , que no encontró animal más apropiado en que ocuparse, durante su «Invierno en Mallorca», que aquel que fue llamado «mon auge» por Monselet, y al cual los parisienses y las parisienses miran con singular interés..
— No encuentro eso de gran extrañeza, mi querida interlocutora. Tal animal es un animal interesante. En vuestro portentoso Shakespeare, se llama Falstaff, y en nuestro único Cervantes, se llama Sancho. Alguien ha dicho famosamente que todo hombre tiene en sí un animal de ésos, «qui someille...» Y en el imperio de la poesía, es el Sancho del Cisne-Don Quijote. Y luego, el símbolo, realizado por intervención celeste ... Cuando en el cuerpo del cuadrúpedo sabroso entraron los demonios del cuerpo de los hombres, por el poder de Nuestro Señor Jesucristo. Good night, madame!
— Good night!
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