fabian | 24 Juliol, 2012 14:22
Si la novela de Vicente Blasco Ibáñez titulada "Los muertos mandan" no está entre las más afamadas del autor, no deja de ser una notable novela.
La obra, ambientada y con motivos de Mallorca e Ibiza, ha sido editada en bastantes ocasiones desde su primera publicación en 1908 por F. Sempere y Compañía. Ha tenido ediciones en 1910, 1916 (Ed. Prometeo), 1918 (Col. Contemporáneos), 1919, 1924, 1934 (Ed. Harper & brothers), 1944 (Ed. Prometeo), 1948 (Editorial Planeta), 1979 (vol. 31 de las Obras Completas, Plaza & Janés), 2003 (Ed. Thule), 2007 (Echo Library), 2009 (Ed. CreateSpace), 2010 (Kessinger Publishing) y 2011 (Atlasbooks Dist Serv). No es, pues, una novela que haya pasado desapercibida.
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A quien tampoco pasó desapercibida esta obra fue a Miguel de los Santos Oliver, quien en el periódico La Vanguardia, el sábado 13 de febrero de 1909, publicó el siguiente artículo:
Las horas y los días
Los muertos mandan ...
¿Es verdad que muertos mandan, como pretende demostrar el señor Blasco Ibáñez en su última novela? Y mandan, ¿hasta qué punto? ¿Dentro de qué límite? La sociología, como todas las disciplinas improvisadas, como todas las pseudo-ciencias en función, propende á tomar por doctrina lo que muchas veces no es más que una metáfora ingenua. Así, por ejemplo, la teoría del «organismo social» ó el estudio anatómico de la nación y el Estado, á los cuales se llegó aplicar, literalmente, el mismo juego de sistemas — óseo, muscular, circulatorio — que presenta el cuerpo humano. Al fin nos hemos convencido de que todo ese aparato doctrinal more germánico, erizado de esquemas, claves, números, letras, divisiones y subdivisiones, no es más que un tropo amplificado y diluido desde el punto de vista de la oposición á cátedras.
La sociología flotará por mucho tiempo en un limbo de vaguedad é imprevisión que no le permite tomar aspectos de ciencia rigurosa ni de franca literatura. Sus temas seducen por igual al filósofo y al literato y permiten que éste pueda abordar los más variados y contradictorios temas, en nombre de otras tantas conquistas ó modalidades intelectuales de nuestro tiempo. El mismo autor puede, sucesivamente, escribir una novela sobre el imperio de la ley de herencia y un drama sobre el imperio de la evolución, que viene á ser todo lo contrario. Spencer y Nietzsche describirán á los vivos como esclavos de los muertos, llevando á cuestas el cadáver de la tradición, sin resolverse á enterrarlo de una vez; mientras Schopenhauer, ó Tolstoi en La Sonata á Kreutzer, considerarán á los vivos como juguete de lo porvenir, como meros instrumentos de la perpetuidad de la especie, como victimas de un engaño ó tranquilla de las generaciones futuras que llaman para salir del no ser.
Si es verdad que los vivos estamos sometidos á mandatos ajenos, extrínsecos á nuestra propia existencia, esos mandatos son de muy diversa índole. No sólo los muertos mandan. En el mundo, mandan muchas cosas, ó, por mejor decir, nos parece que mandan. Según tales hipótesis gravitamos hacia lo pasado; según tales otras hacia lo venidero. Aristóteles y el malicioso Arcipreste de Hita vieron de distinta suerte el eje de la vida humana:
El mundo por dos cosas trabaja: la primera
por aver mantenencia; la otra cosa era
por aver juntamiento con fembra plasentera.El hambre y el amor sexual; he aquí los dos grandes motores de la sociedad, de la historia, y aún de la biología en su sentido más amplio. ¿Qué aquello son astucias, «intenciones primeras» para otras intenciones finales? No le hace. Lo que llevo dicho tiende tan sólo á recordar al lector los grados de credulidad que debe poner en muchos tópicos de la sociología de kiosco, aprovechados por la literatura que aspira á hacerse mundial, glosándolos en forma novelesca ó dramática. Para desentrañar cómo mandan loa muertos sobre los vivos, el señor Blasco Ibáñez pensó en nuestras islas del mar baleárico. Los insulares tenemos la cualidad de ser terriblemente regresivos, terriblemente atávicos. No podríamos escribir en El Pueblo, de Valencia. En esas islas perduran las más extravagantes preocupaciones. Mallorca ofrece todavía un caso de supervivencia medieval con su prevención contra los cristianos nuevos, descendientes de antiguos judíos conversos. En Mallorca el prejuicio aristocrático y la separación de clases llega á lo inverosímil. ¿Por qué? Porque los muertos mandan sobre los vivos. En otra isla hermana, Ibiza, perdura la costumbre del cortejo. Diez, quince, veinte meses, asisten, una ó dos noches por semana, á la casa de las muchachas casaderas, hablando con ellas por turno. De ese cortejo promiscuo nacen frecuentes pendencias, resueltas por un tiro ó una cuchillada y unos años de presidio, que no desdoran en el concepto popular. ¿Por qué? Porque en Ibiza los muertos mandan también sobre los vivos.
El señor Blasco Ibáñez pensó en aprovechar todo eso como elemento artístico; y al dominio del arte puede pertenecer, en efecto. Compuso un argumento tenue, pero no mal conducido, para poner frente á frente el prejuicio nobiliario y el prejuicio antisemita en Mallorca. Jaime Febrer, último vastago de una noble familia arruinada intenta casarse con una heredera de «la calle». Alrededor de este embrión describe el medio social y el medio histórico, los viejos caserones, los autos de fe, el esplendor de la mercadería, las conversiones en masa, los bajos fermentos del odio popular... Febrer no se casa, por último, porque los muertos mandan. Y vale más que sea así, en el supuesto de la novela porque Febrer iba á cometer una villanía mayor que el desprecio injusto y que la ojeriza incivil contra una porción harto valiosa de aquellos habitantes: iba á casarse sin amor, en frío, por recurso. Tal como ha planteado las cosas el autor, no existe conflicto ni choque de pasiones elevadas en esta primera parte; como existe en la segunda, en la ibicenca, y en el amor efectivo por la payesa Margarita, y en el contagio de las costumbre» locales que, poco á poco, hacen de Febrer un mozo como los demás, sujeto á todos los impulsos de aquel linaje de cavallería rusticana.
Pero me iba olvidando de que esto no es una crítica literaria, sino una conversación superficial sobre la tesis del libro y sobre los aspectos sociales y geográficos que evoca. Para componerlo el señor Blasco Ibáñez fue á «documentarse» en la ya expresadas perla y perlilla del Mediterráneo. Sin que el popular escritor deba ver en ello la menor molestia, me permitiré indicar que el arte documentado es, casi siempre, un arte híbrido, falso. De observación vive, indudablemente, el talento novelesco ó teatral, y trabaja sobre las realidades objetivas. Pero siempre me han producido cierta escama la preparación aparatosa y el viaje lápiz en ristre. Comprendo que Merimée produzca una Carmen, ó una Colomba y un Mateo Falcone, como consecuencia impensada, como fruto que se cae de maduro después de larga residencia en Andalucía ó en Córcega. No me lo sé representar en excursión de estudio de personajes y pasiones, como si se tratara de herborizar o recoger coleópteros. No creo que las obras perennes ó de más larga vida sean trabajo de anotación; ni concibo á Cervantes apuntando menudencias en las ventas y mesones de que nos legó tan indeleble pintura.
Los tiempos son otros; la moda literaria quiérelo así actualmente y el señor Blasco Ibáñez pasó en Mallorca seis ó siete dias para documentarse, y algunos más en Ibiza con el mismo objeto. Tenía un asunto concebido a priori, sobre motivos de sociología contemporánea, y le buscó ambiente histórico y fondo descriptivo en aquellas islas. El injerto ó soldadura es harto perceptible y se diría que el señor Blasco Ibáñez no atinó en descubrir la verdadera causa, el principio generador de las costumbres que examina. No es que los muertos manden más en Mallorca que en otros lados. De mandar los muertos será en todas partes. Si sólo ejercen su influencia ancestral en las islas, la causa específica será el aislamiento, no los difuntos. El aislamiento es, efectivamente, una interrupción que separa y condiciona de un modo especial la índole de las sociedades sujetas á su influjo. El espíritu isleño se distingue siempre del espíritu continental, ya se trate de Mallorca ya se trate de la Gran Bretaña. Toda isla tiene su cant, su especial gazmoñería, aun en medio de esplendores de cultura por otra parte asombrosos.
Así también, no todos los episodios que el autor de Los muertos mandan trae á colación son congruentes con su propósito. ¿Qué pudieron hacer en 1837 los pobres campesinos de Valldemosa contra Jorge Sand y Chopin, que no haya repetido Nueva York, hace dos ó tres años, contra Máximo Gorki, el novelista ruso, acompañado de una famosa actriz por la cual había abandonado á su mujer? Así los muertos mandan igualmente en el continente americano — tierra de porvenir — que en una isla española — peñón histórico y de recuerdo.— Si gobiernan los muertos en Ibiza poniendo la pistola en la faja de todos los jóvenes é inspirándoles las arrogancias de sus tirets ó vendette, dirigen también las huestes blasquistas de Valencia que corren la pólvora en nombre del europeísmo radical.
Mallorca sufre, es cierto, la prolongación de un gran infortunio social. Judíos y conversos hubo en todas las poblaciones de la península y, en ellas, la sociedad ha llegado á una completa fusión. Todo se ha absorbido, mezclado, compenetrado. En la isla ha sido mucho más lenta la cicatrización. Aunque no con la rapidez que desean los espíritus generosos, muchísimo se ha conseguido en los últimos cuarenta años. Pero más debe esperarse del tacto discreto y de la abnegación personal que de todos los alegatos doctrinales por elocuentes que sean, sin excluirlos, no obstante, cuando la realidad, la necesidad ó el caso concreto los impongan.
Miguel, S. Oliver: La Vanguardia, 13/02/1909
Este artículo fue seleccionado por su autor para que formara parte del primero de los seis tomos de artículos publicados a los que puso el título de Hojas del sábado, primer tomo con artículos sobre Mallorca.
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La fotografía de este artículo está tomada del artículo que El Bibliófilo Enmascarado dedicó a este libro en dos partes ("Leyendo: Los muertos mandan, de Vicente Blasco Ibáñez" y la Reseña del libro).
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