fabian | 20 Juliol, 2007 17:31
Calurosa tarde. Cierro las persianas de mi habitáculo para defender mi vista de la fuerte luz solar y dejo pasar el tiempo escuchando algo de música lenta. Me agrada este discurso sonoro del piano y violín, pausado, triste, lento ...
Selecciono hoy dos imágenes de torres campanarios. No son hermosas -¿acaso debieran serlo? -. Una pertenece a la ciudad extramuros en que las calles muestran ya una anchura aceptable; además por ésta, cercana al mar, sube una fresca brisa que se introduce por entre las aberturas horizontales de estas persianas llamadas mallorquinas o venecianas que nos defienden de la cegante luz mediterránea. Pues el párroco de esta iglesia llamada de San Sebastián, decidió cambiar un día, no hace muchos años, las campanas por un carrillón que, accionado electrónicamente, hiciera sonar cada hora una melodía diferente. Un vecino se quejó aduciendo que sus horas de descanso son las del día y no las de la noche. Más que queja quiso armar un escándalo mediante cartas en el periódico, pero el párroco siguió con su idea puesto que menos ruidosos son los sones del carrillón que el tin - tan de las campanas.
Torre campanario de la iglesia de San Sebastián (tag: torres)
No entenderé ni dominaré nunca la tecnología, pero, en el traspaso de un modo a otro, el sonido cambia ligeramente y se ha hecho un poco más agudo y el ritmo más veloz. Con ello el sentido musical cambia y los primeros compases que rememoraban en mí el sudor de una tarde calurosa y pesada y el silencio de minutos interminables de las primeras horas de un atardecer canicular pierden su gravidez y misterio y la necesidad y ansia de una poesía que desvele la pesadez del tiempo sin sentido ni afán, del tiempo perdido dejando pasar las horas cegantes de luz y agobiadoras de calor, esperando la oscuridad de la noche y el frescor vespertino que insufle vida a los miembros sudorosos y al espíritu somnolento o en estado de latencia.
En la ciudad intramuros, la fachada de la iglesia es soberbia. Su solar ocupa el de una antigua sinagoga y, paralela a la nave, en su exterior discurre un angosto callejón a cuyo suelo nunca llegan los rayos solares. Su orientación es Norte - Sur y su estrechez es tanta que el sonido del viento al rozar con las paredes silba y aúlla. Le pusieron por nombre la calle del viento. Margarita y yo lo recorremos en fila india y yo alzo la vista desde la oscura sombría hacia la luz ardorosa que se apacigua y matiza en sus sucesivas reflexiones contra los altos muros. Sólo al final del callejón se atisba entre las casi tocantes paredes de dos manzanas apenas separadas una torre con campanas. No es bella ni hermosa y sólo es visible desde un corto espacio. La anoto en mi cartera como la torre campanario de la iglesia de Montesión con cierta duda.
¿Torre campanario de Montesión?
Revisando las imágenes me doy cuenta de algunas piedras enmarcadas: una, con señales labradas, en la esquina, y otra, ¿lápida, reloj solar? más en lo alto. Desconozco el significado de estas incrustaciones en un muro de apariencia más nuevo y deberé informarme en algún libro que hable de este antiguo barrio judío. Pero hace pocos días pintamos este habitáculo donde escribo y he perdido el control y orden de mi biblioteca. La tarde es demasiado calurosa para introducirme en la selva de las blancas e impresas hojas. Otro día será.
Aprovecho el momento para enlazar a un vídeo sobre el futuro del libro, vídeo que he encontrado en Deakialli DocuMental.
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