fabian | 19 Novembre, 2014 22:06
En estos días se está celebrando el 150 aniversario del nacimiento de Miguel de los Santos Oliver. A Internet, es decir, a nosotros, nos llegan los anuncios pero no los textos de las conferencias o de las mesas redondas. La prensa se ha hecho eco de los anuncios Doble homenaje a la influencia del intelectual Miquel dels Sants Oliver (DM, 01/10/2014). La UIB y l'Institut d'Estudis Catalans organizan estos actos y los anuncian en ¿Quién fue Miquel dels Sants Oliver? donde cuelgan el programa, un resumen de prensa y un dossier: Miquel dels Sants Oliver en el 150è aniversari del seu naiximent. Al final de este documento se abre el epígrafe "Dues aportacions pioneres i especialment cabdals d’Oliver" del que recojo la primera aportación:
"Amb els deu articles titulats 'Desde la terraza (Páginas veraniegas)', apareguts a La Almudaina els mesos d’agost i setembre de l’any 1890 –inclosos l’any següent a 'Cosecha periodística', va fer la proposta de la creació a Mallorca d’una indústria turística. A partir de la constatació que a Europa ja hi havia afecció pels viatges, Oliver ressaltava la idoneïtat de l’illa com a destinació turística: proximitat al continent, un clima molt apte, una gran varietat de paisatges concentrats en un territori fàcilment abastable... Tot seguit, feia l’inventari de les mesures que caldria adoptar per tal d’atreure els viatgers: millorar les comunicacions de l’illa amb l’exterior i les vies de circulació a l’interior, un hotel tan confortable com els que hi havia a les grans capitals europees, fer reformes higièniques a Palma, crear una societat que tingués l’objectiu de promocionar Mallorca com a destinació turística. Oliver va concebre el turisme com un recurs econòmic i com un mitjà per a promoure la modernització dels costums."
La prensa notifica la celebración del acto relacionado con esta faz del periodista relacionada con el turismo en La visión turística de Miquel dels Sants Oliver (DM, 19/11/2014). Sería de esperar algo más de estas celebraciones en la web de la UIB.
Toda la obra de Miguel de los Santos Oliver es de Dominio Público. No hubiera costado mucho publicarla en abierto en Internet. A ver cuando se realiza una Biblioteca Digital sobre las islas,
Desde la terraza
(Páginas veraniegas)
III
Vuelvo á lo que insinuaba el otro día. Hoy que la brisa llega más fresca, agitando los gallardetes de las embarcaciones; hoy que la mar se riza con el blanquísimo cabrilleo de la espuma sobre el azul turquí de las olas, me propongo referir el ensueño, de que me hizo partícipe el año pasado uno de loa hombres de mejor temple artístico que tenemos en Palma. Puede contarse entre los pocos que han pensado alguna vez en la manera de hacer entrar á esta isla en el número de las comarcas escogidas y privilegiadas.
Como ya decía, casi nadie se preocupa de ello entre nosotros y tal vez tenemos bajo nuestra planta un filón que no cuidamos de alumbrar y descubrir completamente. La costumbre, la rutina, la falta de entusiasmo sobre todo, hacen que descuidemos este vital interés que otras ciudades explotan con indomable tenacidad y con maravillosa perseverancia... Pero vamos al asunto, que tiempo de sobra nos quedará para todo, mientras duren las tranquilas horas de la terraza.
Como muchos recordarán, el año pasado, por este tiempo poco más ó menos, hablaban los periódicos con mayor insistencia que nunca, de la cuestión vaticana y de la posibilidad, jamás tan inminente, de que el Romano Pontífice tuviera que salir de su augusta sacratísima mansión de todos los siglos. Los que presumían de conocer los secretos de la Cancillería romana, daban detalles y casi aventuraban fechas. Los más prudentes no veían en toda aquello más que una amenaza cuyo cumplimiento se evitaría á toda costa. Pero aparte de la mayor ó menor exactitud de dichas noticias, la altura de donde procedían era bastante á justificar tantas y tan continuas versiones.
Se habló, como era natural, de la futura residencia del Papa, se insinuaron nombres, se discutieron las ventajas de éste ó del otro sitio. Un clamoreo de cien ciudades distintas se levantó como presentando cada una de ellas su candidatura para el honor supremo de convertirse, temporal ó definitivamente, en Sede y metrópoli de todo el orbe cristiano. A una demostración de respeto dirigida al viejo Pontífice, sucedían otras mil igualmente serias y halagadoras. Los grandes municipios y los pequeños concejos, consignaban el misino voto elocuente en sus actas. Todos imploraban sumisos que el santo Pastor fugitivo viniese á santificar con la huella de sus sandalias de oro, el humilde suelo que le ofrecían para sostén y refugio de su insegura Cátedra... Y sin embargo, ningún punto fué mirado con tan franca predilección como nuestra isla. Conformes están en esto mismo todas las noticias y referencias así del interior como del exterior; y grandes esperanzas se abrigaron de que la nave de San Pedro hiciese rumbo, algún día, hacia nuestras apartadas riberas.
Por entonces fué cuando me salió al paso el amigo á que me refería. Paseaba por la Muralla con la abstracción del hombre á quien preocupa alguna idea fija. Dirigía de vez en cuando miradas escrutadoras á la bahía inmensa, abierta en abanico ante sus ojos, y á la Catedral que levantaba junto á nosotros su veneranda mole.
— ¿No diría. V. lo que pensaba, ahora? — me dijo.
— Vaya V. á saber...
— Pues, nada; un sueño, una reconstrucción. Mejor dicho, una tontería, ¿Ha leído usted El mundo en el año 3.000, de Emilio Souvestre?... Pues, algo por el estilo. Su periódico tiene la culpa de ello. Lo he leído en el Casino, hace un momento y he visto las noticias de Roma. Esto va mal... León XIII tendrá que salir de Italia, tarde ó temprano. No lo cree V.?
—Aunque jamás me permito sondear los arcanos de la diplomacia, no me parece eso tan probable.
—Sin embargo, no extrañaría que ahora se tratase de veras esta cuestión. Y Mallorca, representa en ella un papel importante. Ah! si supiésemos aprovecharlo... Otro gallo nos cantara. Ya no podríamos desear más, los cándidos que creemos que está llamada á hacer fortuna. Mi imaginación ya me da el cuadro completo. Nada; figúrese V. que se consuma la salida del Papa. Prescinda V. de detalles y de negociaciones. Admita, por breves instantes, que ha venido á Mallorca y que Mallorca da hospitalidad al más ilustre de los huéspedes. Han pasado veinte años. Nos encontramos por lo tanto en 1910...El soñador se animaba, el entusiasta empezaba á entrar en la plena lucidez de su verbosidad caudalosa. Por una especie de sugestión de la fantasía, semejaba que su invención halagüeña adquiría formas plásticas y reales. El alcázar de lo maravilloso estaba allí, completo, soberbio, interminable, poblado de galerías y atrios y columnatas en la mente del arquitecto. Sólo faltaban los materiales, la paleta y el oscuro pelotón de los alarifes para levantarlo hasta las nubes.
—Nos encontramos, repito, en 1910. Palma ha cambiado. ¿Qué digo Palma? Toda la isla. Veinte años de residencia del Pontífice, han bastado para la transformación material y moral de aquella ciudad que dejamos en 1889. Basta dirigir una ojeada rápida á nuestro alrededor, para comprenderlo. La Catedral ha sido objeto de una restauración inteligentísima, subordinada al más puro de los estilos góticos que ha puesto en armonía las naves interiores con su ornamentación exterior. Abiertos todos los ventanales, cerradas por vidrios de colores sus ojivas, al penetrar en la imponente Basílica se ofrece la espléndida visión de una colosal linterna. El antiguo palacio episcopal ha ido anexionándose poco á poco las moradas contiguas hasta el convento de Santa Clara. Todo ha desaparecido, la casa del Marqués de la Torre, la de Formiguera, la de los España... De la inmensa superficie que limitaban por una parte el muro del Sur y por otra las calles de San Pedro Nolasco y del Beato Alonso, ha surgido la fábrica portentosa del Nuevo Vaticano, albergue interino aunque magnífico, del sucesor de León XIII. Las murallas han sido derruidas. Se ha ganado al mar, desde la vieja Pescadería hasta la fábrica de gas, una explanada dilatadísima y encantadora. Parte de ella la ocupan los jardines pontificios y por medio de escalinatas caprichosas llenas de sencillez y majestad, se puede ascender en mil sentidos hasta la Catedral y el Palacio, empezando en lo que fué huerto del Rey y terminando en la Portella. Han desaparecido los restos de la Almudayna, aislándose completamente el sublime templo, que ve abrirse á sus pies, en la dirección del antiguo Borne, un magnífico boulevard entre cuyos edificios se cuentan ya tres fondas ú hoteles de primera clase. En uno de ellos vive el embajador de Francia...
Yo le dejaba decir, dulcemente arrullado por las imaginaciones del artista impenitente. Si fuese fabricante de fideos, seguramente no incurriría en esta debilidad. Mi amigo continuó:
— Contemple V. por un momento esta avenida. Infinidad de suntuosos coches, cruzan en uno y otro sentido. Las anchas aceras relucen con el brillo de la limpieza que denota una exuberancia de agua. La canalización la llevó á término un ingeniero distinguido, el señor Estada, quien tanta influencia tuvo en la urbanización moderna de la Ciudad. En la plaza de la Marina, se levanta la soberbia estatua de Ramón Lull. El tranvía nos conduce hasta los Jardines Pecci que escalonan toda la colina de Bellver y dando la vuelta en su circunvalación llega por la parte del Molinar hasta la Alameda del Cardenal Jacobini, escogida como paseo de carruajes por la alta sociedad, por los diplomáticos extranjeros y el clero pontificio. Vea V. la bahía frecuentada de continuo por las escuadras. Vea V. la animación en todas partes. Con el concurso de los fieles y peregrinos, ha venido también el concurso de los touristes, seguros de encontrar ahora todas las comodidades. Vea V. la línea interminable de palacios y de villas que bordean la costa desde Calamajor á Santa Ponza, desde Miramar á Soller, desde Pollenza á Alcudia.
— No continúe V. Las ilusiones producen también su embriaguez y temo que nosotros dos lleguemos á ser víctimas de ella.
— Espere V. que no es esto sólo. Sin salir de Palma, observe V. la vida en que bulle ahora. Aquí han tenido que venir los representantes de todos los gobiernos, los cardenales del Sacro Colegio, toda la brillantez y explendor de la primera de las cortes del mundo. Los antiguos elementos indígenas han engrosado forzosamente. El Crédito Balear y el Cambio Mallorquín ya no se contentan con descontar letras y hacer préstamos, sino que se han fundido para formar el potentísimo Banco Italo-Español. Florece en Palma una brillante escuela de pintura que decora los palacios y las iglesias. La prensa misma, traduce en sus vivaces páginas esa agitación y esa opulencia. La Almudaina, en que yo le conocí á V. muy joven tenía la tirada propia de la provincia y ahora esparce por toda la Europa los sesenta mil ejemplares de sus tres ediciones en español, en francés y en italiano, mientras sus artículos y sus informaciones por el cable propio del periódico, causan sensación en todas las capitales... Los hijos de nuestras antiguas familias han olvidado su proverbial ociosidad y ya no se reúnen á matar las horas en las proscriptas botiguetas y en los mentideros del Borne, sino que se adiestran en las lides útiles y en los manejos internacionales y tienen puesto seguro en la diplomacia pontificia...
No pude oír más. No sé si una carcajada ó un suspiro subió á mis labios. Mi amigo continuaba impertérrito en su mágica evocación. En aquel momento nos encontrábamos junto a la fuente de las Tortugas y me contenté con señalarle el fúnebre obelisco sostenido por los galápagos de bronce y rematado por el «murciélago alevoso.» Nuestro interlocutor pertenece, como muchos otros á la raza de los Montecristos, que toman el haschisch de la imaginación, para estimular las artificiales recreaciones que el mundo les niega.
Algo hay, no obstante, que aprovechar en todo esto. Tal vez otro día procuraremos desbrozarlo.
(La Almudaina, 28 de Agosto de 1890)
Oliver lanza el anzuelo de la prosperidad, del paraíso mallorquín, mas lo lanza en boca de un amigo que habla de un extraño vaticano palmesano. Está bien.
(Segueix)fabian | 19 Novembre, 2014 11:53
Leo en varios estudiosos que estos artículos de Miguel de los Santos Oliver reunidos bajo el título de "Desde la terraza" son los más conocidos de este periodista. Me resulta muy extraña esta afirmación. Apenas encuentro ninguna información sobre ellos.
Carme Riera en su discurso Sobre un lugar parecido a la felicidad (2013) dice:
"En cuanto a los escritores que visitaron Mallorca, no cabe duda de que, en el espejo deformado y, en consecuencia, caricaturesco de George Sand, los mallorquines percibieron una imagen sumamente desagradable, que no les podía satisfacer. Sand no tenía razón, aunque sí sus razones, para tratar tan duramente a los autóctonos, pero, a la vez, su percepción del atraso y de la necesidad de establecer una industria de viajeros —con transportes y alojamientos dignos— es la misma por la que claman otros (Cabanyes, Cortada o Wood), un aspecto que tendrán en cuenta los isleños, tras verse reflejados en ese espejo de carencias. Para comprobarlo, pueden consultarse los artículos de Miquel dels Sants Oliver, que entre agosto y septiembre de 1880 difunde en el periódico mallorquín 'La Almudaina', bajo el título común «Desde la terraza, páginas veraniegas», recogidos después en el volumen 'Cosecha periodística' (1891: 35-109), en los que insiste en la necesidad de establecer mejores comunicaciones marítimas y modernos alojamientos (Serra i Busquets & Company i Mata, 2000: 70-71). El inquieto periodista mallorquín se adelantaba a otro mallorquín inquieto, Bartolomé Amengual, que publica una obra de referencia, 'La industria de forasteros', en 1903. Las posibilidades turísticas de la isla señaladas por todos los viajeros, comenzando por Sand, habían sido finalmente bien leídas por un grupo de isleños emprendedores."
Sí, en verdad necesitaba Mallorca infraestructuras básicas como hospedajes y transportes, pero posiblemente también necesitara que los isleños tenían que romper una cierta indolencia y convencerse de que la isla podía convertirse en un centro de atención basado en su belleza. Y éste es el canto lírico de Oliver:
Desde la terraza
(Páginas veraniegas)
II
Todos se habían ido alejando poco á poco. Yo permanecía aún asomado al ángulo de la terraza y encendiendo uno tras otro cigarro. Había entrado la noche, la grata noche estival llena de efluvios y de serenidad suprema. La innúmera legión de las sombras impalpables iba extendiéndose hasta todos los confines del horizonte. Al igual que la luz y los alegres colores de la tarde, se habían apagado los gritos, las conversaciones y las risas. Imponíase á los espíritus aquel recogimiento taciturno del anochecer, lleno de inefables melancolías. Y es que mientras el mundo sea mundo —y diga lo que quiera el exclusivismo de muchos naturalistas á medias,— siempre verá el hombre instintivamente en la puesta del sol, lo que ve en las últimas boqueadas de una fiesta y en el último chisporroteo de una luz que se extingue, lo que ve en la flor marchita y en las canas prematuras; ese adiós continuo de los accidentes humanos que se sepultan para siempre en la nada, esa rotación incesante de la existencia, esa fuga perenne de la juventud y del placer y de la felicidad, que despiden una fragancia efímera, capullos que al día siguiente encontramos arrugados y secos.
El cielo presentaba todavía una amortiguada transparencia sobre la cual iban asomando las estrellas de las primeras magnitudes. A mi espalda la colina de Bellver se destacaba sombría y negra, como una mancha de tinta china sobre el trasluz finísimo de la noche. Los pinos se alineaban en la cumbre como impasibles guerreros, en vela perpetua. El mar se extendía como un espejo negruzco sobre el cual lanzaban los peñascos y los edificios de la ribera, la sombra agigantada de sus proyecciones. Al par de los luceros que bajaban, como dijo el poeta, «de las regiones de lo infinito á iluminar la silenciosa bóveda,» iban apareciendo por los poblados de la costa las misteriosas lucecillas de cada hogar y de cada embarcación. Ni se veía ni podía presumirse á través de la oscuridad, la mano que las hacía brotar de repente. Espesábanse poco á poco las líneas de puntos luminosos, como lejanas pupilas trémulas. Confundíanse en el tamaño y en el resplandor, el candil humilde y la lámpara elegante y las arañas lujosas. Brotaron paulatinamente de la negrura amontonada en la ciudad los rosarios de los mecheros de gas que señalaban en interminable línea recta las vías céntricas, las calles principales ó las apartadas rondas... Una aurora artificial, una especie de luz difusa, emanación de los mil y mil pequeños focos que allí ardían, coronó á la población con su palidez mate. Bordeados por otras líneas de luces diferentes se dibujaban en el seno de la bahía, las curvaturas de la costa y los andenes del puerto. Las más próximas al mar se reflejaban, rojizas ó amarillentas, en las aguas inmóviles, como de plomo fundido, y se alargaban y llegaban hasta mí, difundiéndose con la distancia los múltiples reflejos. En suma, surgía espléndido á nuestra vista transformado en majestuoso cosmorama, el espectáculo que por la tarde se presentó riente y diáfano.
El silencio fué por algún tiempo casi absoluto. Parecía que la noche contenía su delicada respiración y su embalsamado aliento. Tan sólo se oían el chapoteo acompasado y suave de las adormecidas olas al penetrar en las grutas y escondrijos de la ribera ó el rítmica batir de los remos de alguna barquilla que surcaba pausadamente la encalmada superficie. También poco á poco, volví de tan profundo estupor. Después de la cena se poblaron de nuevo los jardinillos y los miradores; la brisa se agitó débilmente recogiendo y destilando en un solo aroma inasequible á las combinaciones de la perfumería y de la química, la emanación salobre de las aguas, el dejo alquitranado de los astilleros, la sutil fragancia de los rastrojos y de las albahacas morunas, de los jazmines y de los nardos embriagadores. Oíanse cercanas conversaciones, frescas carcajadas argentinas, acordes confusos de piano, gritos agudos y chillones, compases de un improvisado baile y todos esos ruidos y toda esa animación de los corros que toman el fresco, convirtiendo en una continua verbena las noches del verano.
Desde más lejos, desde las cubiertas de los buques anclados en la rada, llegaban las cadencias del acordeón con que algún tripulante lleno de la nostalgia crónica del marino, recordaba los cantos de la patria, los himnos nativos del amor y de la victoria, alejado de su tierra y de su hogar. En los ventorrillos del muelle sonaba el rasgueo de la guitarra y hendían el aire las notas de la canción marinera. Era, por ventura, la voz de uno de los héroes que pasearon triunfante nuestro pabellón en las jornadas del Pacífico ó de aquellos rumbosos compañeros, que durante el auge de la navegación colonial gallardearon su figura en el puerto de la Habana Quien sabe!
La luna empezaba á subir lentamente sobre las olas, llenando la bahía de su claridad, que caía como en blancos velos sobre todos los contornos. Su reguero argentado, se movía en el mar con el temblor del azogue. En la estela de los botes se veían lucir fugaces fosforescencias y se oía la lejana barcarola. La emoción era plácida, el efecto tranquilo Entonces no pude menos de pensar, como tantas otras veces, en la suerte que está reservada á esta querida tierra. El mallorquín pasa á menudo indiferente ante estas y otras maravillas, no ya tan hastiado por su cuotidiana repetición, como por la invencible negligencia de nuestro carácter. No trata de explotar estas bellezas ingenuas y naturales, añadiéndoles los atractivos del arte y de la moda.
Palma, reclinada allí en frente, no intenta desperezarse y engalanarse con los rudimentarios adornos de la urbanización y del confort exigido por los extranjeros, que llegan entusiasmados á nuestro país y se marchan después con las decepciones producidas por las dificultades que encuentran á sus soñadas expediciones y á sus anhelados viajes. ¿Y como no, si hace tres años que en esta misma bahía se celebró una fiesta nocturna, que tal vez no se contemple mejor ni más hermosa en puerto alguno? Todos la presenciamos, todos la hemos recordado alguna vez con vivos deseos de que anualmente se continuase.
Aquello fué un corto viaje al país de las Hadas, otra de las fantaseadas Mil y una noches, que no se han repetido ni han vuelto. Hubiera podido convertirse en centro de la animación veraniega que aquí debiera iniciarse, para atraer á nuestras playas el concurso inusitado de españoles y el más extraordinario de extranjeros que se dirigen á los balnearios de la costa cantábrica. Otro día insistiré en esto mismo... Ahora contemplemos, como pudiera hacerlo un romántico del año 35, esa luna que traspone las montañas, bañando con sus resplandores virginales las ramas de los pinos más altos, que ciernen su copa en la región de la luz inmaculada, de las auras libérrimas y de la perpetua salud.
(La Almudaina, 24 de Agosto de 1890)
"El mallorquín pasa á menudo indiferente ante estas y otras maravillas, no ya tan hastiado por su cuotidiana repetición, como por la invencible negligencia de nuestro carácter. No trata de explotar estas bellezas ingenuas y naturales, añadiéndoles los atractivos del arte y de la moda." Es algo más que una falta de infraestructuras; tal vez la cuotidianidad apaga la belleza, pues ésta es algo normal, usual, de todos los días. Fue la mirada de los viajeros la que modificó la mirada de algunos isleños. La prosa de Oliver se hace lírica para resaltar la belleza no sólo natural y la ensalza antes de tratar la necesidad de las infraestructuras de una industria de los viajeros.
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