fabian | 11 Març, 2013 12:45
La enunciación de Antonio Noguera de que los pianos de Palma enmudecerían ante el estreno de la ópera Carmen de Bizet me resulta curiosa no sólo porque los dos fragmentos que cita, la "habanera" y la "canción del toreador" pasarían a ser parte del repertorio corriente de los teclados domiciliarios y, por tanto, de la educación musical general de la población, sino porque el piano no era un elemento extraño en muchos domicilios de la ciudad.
Yo no sé si habrá algún estudio sociológico sobre el piano y su repertorio en la ciudad de Palma, pero hay que notar que en bastantes obras literarias aparece la afición musical de los mallorquines. Ya George Sand en su "Un invierno en Mallorca" habla varias veces de instrumentos musicales, ya las guitarras en Valldemossa, ya los pianos en Palma. Claro que ella iba acompañada de Chopin y cuenta las dificultades y abusos aduaneros al traer el piano del músico; pero también, en la imposibilidad, al irse de la isla, de vender ese piano al creer la población que Chopin tenía la tuberculosis y el temor que ello originaba.
Pagenstecher, quien vino a Palma en 1865 cuenta una velada musical a la que asistió:
[...] A las ocho, despues de nuestra cena, fuimos allí llevados por D. P. V. Esa casa lo mismo que las de V. y E. y C. y M., aunque situada en una calle estrecha, tiene un aspecto solariego. En la construccion de esas casas se reconoce el afan de buscar el fresco. Por el portal, se entra en un patio circuido de altas paredes mas ó menos vetustas, el suelo está empedrado. Por una ancha escalera subimos y atravesando una gran antesala de techo alto y pintado, fuimos introducidos en el salon, el cual ya estaba lleno. En el sofá y en sillas, sentadas alrededor de un ancho brasero estaban las señoras mayores vestidas con lujo, y sobre los bordes de ese brasero apoyaban sus piés, rozando sus delicados trajes con la blanca ceniza que solo los preservaba del fuego. A un lado un grupo jugaba al ajedrez, los demas jóvenes de ambos sexos estaban reunidos alrededor del piano, en donde presidia y dirigia el maestro aquel ensayo; fuimos recibidos con amabilidad. Ensayaron varias piezas, algunos coros de la Norma y alguna otra ópera italiana, estudios de piano de Chopin y otros compositores, algun solo ó duo; cuando alguna señorita se perdia reian y miraban la mamá. No pudimos presenciar mas que un ensayo. No se podia dudar del dilettantismo de la reunion, las voces eran lindas y el gusto musical general. El grupo que rodeaba el instrumento presentaba una hermosa vista por las bonitas caras que lo componian. Esa reunion, llena de franqueza, de gracia y de poesía, recordaba esas pinturas de la escuela italiana ó española, que representan una reunion de cantantes, ostentando un donaire y abandono no conocido en nuestros conciertos.
D. Juan Cortada, años antes de Pagenstecher, cuenta también algunas fiestas populares en varias poblaciones mallorquinas, ya en Alaró, ya en La Real de Palma.
Quiero decir con todo esto que la música está presente en las narraciones de los viajeros que vienen a Mallorca. 1839 George Sand; 1845, Juan Cortada; 1865 .Pagenstecher. Y la música está presente no sólo en la iglesia y en las fiestas populares, sino también en las reuniones domiciliarias.
Antonio Noguera, en 1891, en un artículo titulado "La música en Palma", cuenta lo siguiente:
El que cruce por primera vez las calles de nuestra capital, quedará extraordinariamente sorprendido al oir el incesante tecleteo de centenares de pianos que poco á poco y en cadena sin fin, le asedian por dondequiera que dirija sus pasos. Así, de pronto, Palma semeja la primera población del globo en cuanto á cultura musical; y realmente la densidad pianística de París, emporio del arte moderno, es insignificante comparada con la de nuestra ciudad. La impresión no puede ser más halagüeña. A la vuelta de cada esquina, además, se encuentra uno con un amateur de verdad, apasionado por la ópera, por el concierto, ó por la reunión casera... [...]
El número de profesores de piano es extraordinario. Sin vacilar podríanse citar cuarenta nombres de individuos cuya ocupación principal es la de enseñar la música. Suponiendo que por término medio cada uno de estos cuarenta profesores (y me quedo corto) dé diez lecciones diarias á domicilio, y teniendo en cuenta la costumbre de que dichas lecciones se dan en días alternos, resultarán ochocientos discípulos, sin contar los que reciben lección colectiva en alguno que otro centro de enseñanza y en los colegios, que son muchos. Los honorarios que el maestro percibe por cada alumno varían entre cinco y veinticinco pesetas mensuales. Tomando como tipo intermedio (exagerando por defecto) la cantidad de diez pesetas, resultará que los ochocientos alumnos existentes gastan en honorarios de los maestros ocho mil pesetas mensuales; á esta cantidad hay que agregar otro tanto por razón de alquiler de piano, adquisición de métodos, cuadernos y piezas musicales, etc., formando todo un total mensual de dieciséis mil pesetas, ó sean ciento noventa y dos mil pesetas al año. 138.400 duros que á nadie le lucen, que se quedan encerraditos en el hogar doméstico en forma de bailables fáciles ó de nocturnos soñolientos! Y ahora se me ocurre preguntar: La población que se gasta cuarenta mil duros en un solo ramo del arte ¿puede llamarse indiferente por la música?
Después las críticas de Noguera hacia múltiples temáticas de la música en Mallorca serán numerosas; se quejará de la mediocridad, de la baja asistencia del público a los conciertos de música instrumental o sinfónica; de la baja valoración que la sociedad concede a los músicos y de sus bajos emolumentos; de la falta de conocimiento de las obras básicas, tanto pianísticas como organísticas; de cierta música en las iglesias, etc. etc., pero sobre todas esas críticas queda su afirmación de la existencia y uso del piano, de "el incesante tecleteo de centenares de pianos que poco á poco y en cadena sin fin, le asedian [al paseante palmesano] por dondequiera que dirija sus pasos".
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