fabian | 17 Octubre, 2012 16:46
Estoy empezando a escanear las primeras páginas del libro de Antonio Noguera "Ensayos de critica musical". Es un libro póstumo, publicado cuatro años después de su muerte. Recoge, aparte de una introducción de J. Alcover, conferencias y, de distintos periódicos de la isla, algunos de sus escritos que sus amigos consideraron los mejores. Es interesante. Más que asomar, queda patente el Nacionalismo (de aquel tiempo) en la música. Como en la Literatura hay una búsqueda en el folklore y un intento de darle una forma canónica: Al escribirlo, al pasarlo al pentágrama, lo congelaron.
Es llamativo el personaje de Noguera. Entusiasta por la música, no fue músico de profesión, por lo que para algunas personas de Palma era un simple aficionado; máxime, supongo, para los músicos; que en esta vida hay muchos escalafones infranqueables. Miguel de los Santos Oliver, al salir publicado este libro póstumo, titula su escrito con "Una vida oscura" refiriéndose a esa barrera de ser un apasionado y conocedor del arte musical, pero no ser músico de estudios ni profesión. Murió joven Noguera (1860 - 1904) y me parece que fue un espíritu rebelde. No se queja de que no suenen pianos en la ciudad, más aún, indica que hay bastantes; pero no le satisfacen las obras que tocan; desearía que fueran menos adocenadas, menos conservadoras y, aunque consciente de que no es posible cambiar esta sociedad en el tema musical, expresa valientemente su parecer en el periódico "Pero fué también de aquellos á quienes se lee siempre y de los cuales no se deja ni una línea, ni una palabra, ni un punto", dice MS Oliver.
Las horas y los días
Una vida oscura
No hace mucho que salió d luz un libro voluminoso, de más de 350 páginas en 4.°, con el titulo de Ensayos de critica musical. El nombre de su autor, Antonio Noguera, familiar para una selecta minoría de lectores y musicógrafos, no ha llegado al gran público. No llegará jamás. En futuras historias del arte, en trabajos de erudición, en alguno que otro resumen del renacimiento de Cataluña á fines del siglo XIX. figurará, por ventura, la cita de su apellido, algún rasgo de su labor, un recuerdo de su personalidad...
Y, sin embargo, esa personalidad, distinguida é inolvidable para quienes vivieron en contacto con ella, merecía y podía mucho más. Antonio Noguera representa el caso típico, del malogrado de grandes condiciones, no aprovechadas á tiempo. Representa y resume todas esas vidas frustradas, de la generación anterior, que no acertaron á seguir valientemente, desde sus primeros años, la vocación nativa y que, confinadas después en un ambiente provincial, cuando no se había iniciado todavía la emancipación del espíritu público y el despertar de la conciencia en las regiones y en las ciudades, no obtuvieron el refrendo de Madrid y murieron oscuros y sin trascendencia. Tiempo hace que, sin poder atrapar el momento oportuno, me propongo esbozar una semblanza del ilustre desconocido; y no por el prurito paradójico de reparar una injusticia irreparable ó vindicar una celebridad que no llegará nunca, sino por creer que puede interesar al público, resultando ejemplar y doloroso, el espectáculo de aquellas existencias perdidas en gran parte para sí mismas y para su patria, desviadas por errores de la educación y. del ambiente, frustradas por la adversidad á la abulía.
Noguera escribió y compuso. Pero cuanto escribió y compuso, aun siendo valioso, nada supone en comparación con la profundidad inmensa de su alma, solitaria y escogida. Apreciadas de cuantos las conozcan serán sus Melodíes populares, sus Dances mallorquines, sus coros por el estilo de Hivernenca ó La sesta, sus sonatinas y miniaturas para piano. De su herencia de escritor musical, vivirán largamente el estudio sobre cantos, bailes y tocatas populares de Mallorca; sus nutridas y originales conferencias sobre las nuevas nacionalidades musicales y sobre la música polifónica, verdadero alarde de gusto y anticipación; sus artículos expositivos de nacientes escuelas ó de grandes obras consagradas después por el buen éxito. Pero todo esto, repito, no da la medida de su potencia ni traduce la impresión, la fascinación que ejercía Noguera, personalmente, en el circulo de la intimidad.
Ese poder de sugestión, ese arte socrático de la iniciación oral, eficaz y persuasiva, poseyólos en grado sumo. Y, merced á ellos, aquel aficionado de provincia, que no ostentaba el prestigio de la notoriedad ni podía presentar el bagaje de una producción gloriosa y fecunda, se revestía de una autoridad excepcional y se imponía fatalmente. Fué el espíritu más intenso y vibrante de cuantos he tenido ocasión de tratar en mi vida. A nadie recuerdo que dejara una memoria ni una inquietud tan duraderas. Hace cinco años que murió y no pasa día sin que lo citen ó invoquen cuantos fueron sus amigos. Esa inusitada persistencia del recuerdo significa una fuerte riqueza ó graduación espiritual en quien alcanzó á imponerla; significa que aquel temperamento era todo vitalidad y substancia y que había logrado eliminar el lastre de la convención, de la bagatela, del artificio, para vivir en pureza y en sinceridad absolutas.
Tal era el secreto de su ascendiente: delante de Noguera se reconocían todos en presencia de un hombre sincero, que no claudicaba, que no vacilaba, que no se avenía á las concesiones y flexibilidades que hacen perder la unidad individual ó la vuelven borrosa y estéril. Compositores, críticos y artistas en gran número trataron al musicógrafo mallorquín: Pedrell, Albéníz, Granados, Millet, el P. Eustaquio de Uriarte, Mitjana, Chavarri, Fernández Arbós, Crikboom... Tratáronle también, íntimamente, escritores, poetas y viajeros ilustres. Cuanta personalidad notable ó distinguida ha pasado por Mallorca en los últimos quince años, á Noguera y á su grupo tuvo que acudir, sirviéndose de ellos, como de cicerones natos, en sus correrías por la isla. Pues bien: en todos dejó ese recuerdo pertinaz y dominante que triunfa de las distancias, de las largas ausencias y de la muerte misma, que es la ausencia suprema.
Y he aquí que el espectador va pensando: ¿Por qué suerte de adversidad la gloria ha de seguir sumisa á muchas personalidades gárrulas y aparentes, mientras esas otras, tan intensas y concentradas, se sumergen en la sombra? Ese hombre, que ha dejado una huella tan profunda en mi espíritu, por algo la dejaba. Esa inteligencia, esa sensibilidad que tanto influyeron en mi sensibilidad, y en mi inteligencia, serían de una ley superior á muchas otras, que aun escribiendo grandes tratados ó vaciándose en obras positivas, no logran alucinar las almas ni reducirlas á inesquívable imperio. Aquel ascendiente era signo inequívoco de riqueza interior. ¿Por qué desventura, entonces, ese tesoro escondido no llegó á encontrar un orificio de salida para derramarse todo entero sobre el papel pautado ó sobre las cuartillas virginales, en inspiraciones ó en doctrinas definitivas, como proyección hacia fuera de cuanto murió con su poseedor y con él fué enterrado?
Noguera perteneció á una progenie de músicos. Entre sus ascendientes figuraba el compositor Aulí, cuya misa editó, en edición postuma, su sobrino y admirador. En vez de seguir la profesión de familia, absorbió en el ambiente de la época el venenoso prurito de las carreras oficiales. Se preparó para ser ingeniero de caminos y consumió largo tiempo en esos estudios, perturbados por la música, y que, á su vez, perturbaron y echaron á perder para siempre la primitiva é ingénita vocación. No fue ingeniero ni artista, en el sentido profesional, serio, austerísimo, que daba Noguera á esta palabra. Cuando advirtió el error sufrido era ya tarde para repararlo. No podía improvisar una preparación musical, en la forma sólida y perfecta que él exigía. No podía recuperar el tiempo que perdió, ni el fuego de la juventúd marchita, ni la ilusión insustituible de los primeros afios. Poseía un gusto selecto y difícil, una lectura escogida; le faltaban la base técnica, la disciplina rigurosa, el método.
De aquí la posición de dilettantismo en que tuvo que mantenerse, sin osar nunca colocarse entre las filas de los profesionales ó maestros. De aquí también aquel resabio de amargura ó ironía, fluyendo imperceptiblemente de su pluma: de su pluma mojada en todos los jugos ácidos y estimulantes que pueden mantener suspensa la atención. No: no era un papaveráceo; no escribía con opio sobre plomo. Todo resultaba en él aperitivo: un largo artículo y una breve gacetilla teatral. Fué, como he dicho antes de ahora, de los hombres á quienes se combate; de los que suscitan tempestades de pasión; de los que levantan protestas y falsas indignaciones. Pero fué también de aquellos á quienes se lee siempre y de los cuales no se deja ni una línea, ni una palabra, ni un punto.
Contra el gondolerismo falsamente sentimental y romántico, protestaba Noguera, corazón lleno de sentimiento real y fervoroso, inmensamente romántico, abrevado en las aguas profundas y subterráneas de Schumann. Luchó en un escenario reducido contra todo un filisteísmo artístico y social; su malhumor, su causticidad se exacerbaron; sus frases llegaron á ser de una terrible virulencia, de una imperdonable eficacia á veces. Pertenecía á la familia de los espíritus descontentos: á la misma familia de Larra y de Clarín, no tan agriado por sus propias contrariedades personales como por la distancia que descubría entre el mundo ó ciudad ideal que llevaba en la mente, y la realidad exterior, imperfecta, rutinaria, casi inmodifícable.
¿No es verdad que esos seres extraños y nobles, que vivieron en combate continuo y murieron sin el galardón de la notoriedad, merecen un recuerdo caluroso de los cronistas y de los públicos? No siempre han de ser para los triunfadores las columnas de la prensa. La vidas oscuras, las almas escogidas y dignas de mejor suerte, justifican y reclaman una piadosa conmemoración. Recuerde todo esto el lector si cae bajo sus ojos ese volumen de Ensayos de crítica musical.
Miguel S. Oliver: Una vida oscura (La Vanguardia, 20 marzo 1909)
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