fabian | 02 Maig, 2012 16:25
Aurore Dupin, quien se firma como George Sand, regresa a París y a su posesión de Nohant tras su viaje a Mallorca. Ha sido duro y regresa con el sentimiento herido. Decide no escribir sobre este viaje y así pasan dos años hasta que un día recibe un libro como obsequio. Se trata de "Souvenirs d'un voyage d'art a l'ille de Majorque" (1840) de Josep Bonaventure Laurens (ver: Alta mar: El viaje de J. B. Laurens en 1839)
[...] pues Mallorca es, para los pintores, uno de los más hermosos países de la tierra y uno de los más ignorados. Allí donde no hay para describir más que la belleza pintoresca, la expresión literaria es tan pobre y tan insuficiente que no soñé nunca hacerlo. Se necesita el lápiz y el buril del artista para revelar las gracias y las grandezas de la naturaleza a los amantes de los viajes, y si hoy sacudo la letargia de mis recuerdos es porque hallé sobre mi mesa, una de esas mañanas, un hermoso libro titulado: Recuerdo de un viaje artístico a la isla de Mallorca, por J. B. Laurens.
Fue para mí una verdadera alegría hallar de nuevo a Mallorca con sus palmeras, sus áloes, sus monumentos árabes y sus vestidos griegos. Reconocí todos los lugares con su sabor poético, y reviví todas mis impresiones que creía ya borradas. No había ruina o matorral que no despertara en mí un mundo de recuerdos, como se dice ahora; y entonces me sentí si no con el valor de narrar mi viaje, al menos en la necesidad de dar cuenta del de Laurens, inteligente y laborioso artista, rápido y consciente en su ejecución y al cual es preciso restituir el honor que yo me atribuía de haber descubierto la isla de Mallorca.
Ese viaje de M. Laurens por el Mediterráneo en cuyas riberas el mar es, a veces, tan poco hospitalario como los habitantes, es mucho más meritorio que el paseo de nuestros dos ingleses al Montanvert. [...]
Asociado mucho tiempo a los trabajos artísticos de M. Taylor sobre los antiguos monumentos de Francia, M. Laurens, entregado a sus propias fuerzas, decidió, el pasado año. visitar las Baleares, de las cuales había tenido tan pocas noticias que confiesa haber experimentado una gran impresión al llegar a sus costas donde tantas decepciones le esperaban, puede que en respuesta a sus sueños dorados. Pero lo que había ido a buscar allí, debió hallarlo, y todas sus esperanzas se realizaron, pues, lo repito, Mallorca es el Eldorado de la pintura. Allí todo es pintoresco: desde la cabaña del campesino, el cual ha conservado en sus modestas construcciones la tradición del estilo árabe hasta el niño envuelto en andrajos y triunfante en su suciedad grandiosa, como dijo Enrique Heine a propósito de las mujeres del mercado de hortalizas de Verona. El carácter del paisaje, más rico en vegetación que el de Africa, es de mayor amplitud, calma y sencillez. Es la verde Helvecia, bajo el cielo de Calabria, con la solemnidad y el silencio de Oriente.
Los grabados de Laurens se convierten en recuerdos, y la prontitud de Laurens en publicar es un acicate que impele a George Sand a tomar la pluma. Tampoco será fácil. Procura retener sus malos recuerdos: los desaires a Chopin enfermo, la expulsión de "Son Vent", una casa en Establiments sin cristales, los gruñidos nocturnos de los cerdos, los malos caminos, los precios abusivos por ser extranjeros ... Hay momentos en que la escritora pide perdón pues cree que en algún parágrafo se ha dejado llevar por la rabia, pero no elimina lo escrito. Su ideología socialista se impone ante las ruinas de los conventos, en su creencia contra la Inquisición. La consideración en aquella época de la medicina francesa de que la tuberculosis, la enfermedad de Chopin, no era contagiosa, se enfrenta a la creencia española de que un enfermo debe ser aislado y lo vive como un rechazo producido por la ignorancia. Pero también renacen en ella recuerdos agradables. Mallorca es el paraíso de los pintores, "el Eldorado de la pintura" y allí aparece la frondosidad de un torrente antes de las lluvias, las montañas y el mar lejano de Valldemossa. Contrastes ante la vida dificultosa que imponen las personas, sabía que le acusarían a ella por el derrame del tintero sobre la carta náutica de Valseca. Sabe que en Mallorca, especialmente en Palma hay una superpoblación debido a la guerra carlista, pero prefiere ser sincera y coherente consigo misma:
Este compatriota [M. Tastu], que ha permanecido más de dos años en Cataluña y en Mallorca para hacer estudios sobre la lengua románica, me ha comunicado galantemente sus notas y me ha autorizado con una generosidad muy rara entre los eruditos para extractarlas a discreción. No lo haré sin prevenir a mi lector que a este viajero le han entusiasmado tanto todas las cosas de Mallorca como a mi me han contrariado.
Podría decir, para explicar esta divergencia de impresiones, que en la época de mi permanencia se habia estrechado la población mallorquína para dar cabida a 20.000 españoles que la guerra había arrojado a su suelo por cuya razón nada de particular tiene que yo encontrara a Palma, sin error y sin prevención, menos habitable y a los mallorquines menos dispuestos que dos años antes a continuar acogiendo extranjeros. Pero prefiero incurrir en la censura de un benévolo impugnador a escribir bajo otra impresión que la mía propia.
Y la francesa refiere sus visitas a las salas de casas señoriales de Palma, tan impersonales, tan bien colocado todo, sin mácula alguna, como si allí no viviera nadie, decoradas desde antiguo, ya con los cuadros ennegrecidos, e intocadas, sin detalle alguno de sus actuales habitantes. Estas observaciones contrastan con su modo de vida, con algún libro abierto sobre el sillón:
Habiendo recorrido la ciudad de Palma para buscar habitación, entré en gran número de casas; y de tal modo se parecían todas ellas que no pude menos de atribuir a los que las habitan un carácter general. No he penetrado en ninguno de estos interiores sin que se me oprimiera el corazón de contrariedad y de enojo, solo con ver las paredes desnudas, las losas manchadas y polvorosas, los muebles raros y sucios. Todo atestiguaba la indiferencia y la inacción; ni un libro, ni una labor de mujer. Los hombres no leen, las mujeres no cosen siquiera. El solo indicio de una ocupación doméstica es el olor de ajo que revela el trabajo culinario y las únicas señales de un recreo intimo son las colillas de cigarro esparcidas por el suelo.
Esta ausencia de vida intelectual convierte la habitación en una cosa muerta y vacía que no tiene parecido entre nosotros y que da al mallorquín mayor semejanza con el africano que con el europeo.
Así, todas estas casas donde las generaciones se suceden sin transformar nada en ellas y sin imprimir huella individual alguna en las cosas que ordinariamente participan en cierto modo de nuestra vida humana, hacen más el efecto de paradas de caravanas que de verdaderas casas; y mientras las nuestras dan la idea de un nido para la familia, aquellas parecen posadas donde los grupos de una población errante se retirarían indiferentemente para pasar la noche. Personas que conocen bien España me dicen que sucede generalmente lo propio en toda la península.
En fin, un libro que exige una actitud abierta y una búsqueda de comprensión con la autora que también muestra sus prejuicios y que, aún hoy día, es atrayente por su sinceridad, por su ausencia de lo "políticamente correcto" y porque, en mayor o menor medida, retrata nustra sociedad.
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