fabian | 01 Gener, 2011 15:30
Que todo cambia lo indican hasta las hojas del calendario. Pese a que el agua del río nunca es la misma, el paisaje permanece. El paso del tiempo podría ser imaginado como una línea recta, rosario de días que se suceden; mas esa línea es circular que no recta: las estaciones se suceden de cuatro en cuatro y se repiten, mundo viejo. Con todo, el tiempo es una invención humana que recoge fenómenos de la naturaleza: el tránsito solar, o sea, la vuelta del planeta sobre sí misma, y el tránsito estacional, de invierno a invierno, un año. Puede que sea el Sol quien da la vuelta - lo mirado - o más bien nosotros , la Tierra, la que gira.
Leo en mi nuevo aparato la nueva novela de Umberto Eco, El cementerio de Praga. El aparetejo me confunde. Se me hace difícil localizar en ese río de páginas digitales dónde comienza cada capítulo, indicador que señala un hito en la narración. ¿Tiene geografía una novela? El libro de papel se ajusta a la geografía narrativa. Punto y aparte y nueva hoja, comienza un nuevo capítulo. La geografía digital es plana; va muy bien para leer, pero no señala convenientemente los hitos narrativos; no va bien para añadir señales entre hoja y hoja, subrayados. Es un tema geográfico.
A esas alturas cada representante de cada logia de cada país se adelantaba ofreciendo quiénes hombres, quiénes riquezas, para el triunfo de la causa republicana y masónica, con el lema del lilia pedibus destrue, pisotea y destriye el lis de Francia.
No me pregunté si el complot de cinco continentes no era desmasiado para modificar la ordenación constitucional de Francia. En el fondo, un piamontés de aquel entonces consideraba que en el mundo existían sólo Francia, ciertamente Austria, quizá muy, muy lejos la Conchinchina, pero ningún otro país digno de atención, excepto, obviamente, el Estado Pontificio. Ante la puesta en escena de Dumas (venerando como veneraba yo a ese gran autor) me preguntaba si el Vate no habría descubierto, al relatar una sola confabulación, cómo decirlo, la Forma Universal de todas las confabulaciones posibles.
Olvidemos el monte del Trueno, la orilla izquierda del Rhin, la época - me decía -. Pensemos en conjurados que proceden de todas las partes del mundo en representación de los tentáculos de su secta extendida por todos los países, reunámoslos en un claro, en una cueva, en un castillo, en un cementerio, en una cripta, con tal de que sea un lugar razonablemente oscuro, hagamos que cada uno de ellos pronuncie un discurso que ponga al desnudo sus maquinaciones y la voluntad de conquistar el mundo ... Yo siempre he conocido personas que temían el complot de algún enemigo oculto, los judios para el abuelo, los masones para los jesuítas, los jesuítas para mi padre garibaldino, los carbonarios para los reyes de media Europa, el rey aguijado por los curas para mis compañeros mazzinianos, los iluminados de Baviera para las policías de medio mundo y, ea, quién sabe cuánta gente más en este mundo piensa que una conspiración la está amenazando. He aquí una forma que se puede rellenar al gusto, a cada uno su complot.
Dumas era de verdad un profundo conocedor del alma humana. ¿A qué aspira cada uno, tanto más cuanto más desventurado y menos amado por la fortuna? Al dinero pero conquistado sin esfuerzo, al poder (qué voluptuosidad mandar sobre un semejante, y humillarlo) y a la venganza por todos los agravios sufridos (teniendo en cuenta que cada cual en su vida ha soportado por lo menos un agravio, por pequeño que sea). Y ahí tenemos a Dumas, que en Montecristo te demuestra cómo es posible adquirir una enorme riqueza, capaz de darte un poder sobrehumano, y hacer pagar a tus enemigos todas sus deudas. Pero claro, se pregunta cada cual, ¿por qué a mí, en cambio, la suerte me ha desfavorecido (o por lo menos, no me ha favorecido todo lo que yo quisiera)?, ¿por qué se me han negado favores concedidos a otros que se los merecen menos que yo? Puesto que nadie piensa que sus desventuras puedan ser atribuídas a su poquedad, tendrá que encontrar un culpable. Dumas ofrece a la frustración de todos (a los individuos y a los pueblos) la explicación de su fracaso. Ha sido alguien, reunido en el Monte del Trueno, quien ha proyectado tu ruina ...
Pensándolo mejor, además, Dumas no se había inventado nada: sólo había dado forma de narración a lo que, según el abuelo, revelara el abate Barruel. Lo cual me sugería que, si quería vender de algún modo la revelación de un complot, no había de ofrecerle al cliente nada original, sino sólo y exclusivamente lo que ya sabía o lo que habría podido llegar a saber más fácilmente por otras vías. La gente cree sólo lo que ya sabe, y ésta era la belleza de la Forma Universal del Complot.
Mundo viejo: ya no son ni los jesuítas ni los carbonarios los culpables del complot. Ahora son los banqueros, el capital, el Constitucional ... es igual. Nuestro planeta da vueltas sobre sí mismo y alrededor del Sol, tiempo circular de las estaciones que regresan. Año Nuevo, mundo viejo.
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