fabian | 19 Febrer, 2010 10:49
¿Qué es la belleza?, ¿cuáles son sus cualidades o características? ... Son preguntas que, me parece, no tienen aún respuesta,aunque haya algunos acercamientos.
Nocturno Op. 9 n.º 2
En mi bemol mayor, este conocido nocturno presenta una forma de rondó, aunque la primera parte se repite de manera más ornamentada antes del comienzo de la segunda parte. Cada vez que se repite se vuelve a emplear ornamentación. Así, de esta manera, el nocturno tiene una forma A-A'-B-A'-B-A'-C.
El tempo indicado es un tranquilo andante, algo totalmente inusual al tratarse de un rondó. El resultado es una melodía tierna y que da la sensación de fluir lentamente. La sección final, concretamente desde el penúltimo pentagrama, se debe tocar con un extraño senza tempo, es decir, ‘sin tempo’.
Wikipedia: Nocturnos (Chopin)
Para los clasicistas la belleza depende de las cualidades materiales de los objetos (unidad, variedad, regularidad, orden, proporción, etc.) más que de la sensación que producen éstos en quien los contempla. La belleza, en consecuencia, ha de proporcionar un estado de placer sereno, fruto del orden y la proporción, como ocurre con el arte griego.
Pero también se tuvo en cuenta en el siglo XVIII junto a lo bello lo sublime, que desde la Antigüedad tenía que ver con la emoción. Dice el griego Longinos: "lo sublime es lo que nos emociona por su magnitud y energía superior a las facultades humanas; la Naturaleza, el cosmos, la grandeza y profundidad de pensamiento..."
E. Burke adapta este concepto al siglo XVIII: la belleza produce placer, y los objetos que la producen carecen de fuerza y poder de producir terror o emociones fuertes porque son pequeños y delicados. En cambio, lo asociado al instinto de conservación (muerte, oscuridad, poder, energía, etc.) es lo sublime, que produce terror, pero también deleite si, convertido en objeto artístico inofensivo, no nos amenaza (por ejemplo, en una representación teatral o en un poema).
Junto a la belleza clásica y serena, los neoclásicos también disfrutaron, pues, de la sublimidad, de las emociones fuertes en el arte, de la Naturaleza majestuosa y sublime, de los motivos fúnebres, macabros o sobrenaturales. Kant lo reflejó muy bien: "El aspecto de una cadena de montañas cuyos picos nevados se pierden entre las nubes, la descripción de una tormenta o la que hace Milton del reino infernal, nos producen un placer mezclado con terror. El espectáculo de los prados poblados de flores y los valles surcados por arroyuelos, y donde pacen los rebaños, nos producen también un sentimiento agradable, pero plenamente gozoso y amable... La noche es sublime, el día es bello. Los que poseen el sentimiento de lo sublime están inclinados hacia los sentimientos elevados de la amistad, la eternidad, el desprecio del mundo, el silencio de las noches de verano tachonadas por la temblorosa luz de las estrellas y la solitaria luna en el horizonte. Lo sublime emociona, lo bello encanta. Lo sublime terrible, cuando se produce fuera de lo natural, se convierte en fantástico"
La Filosofía de la Ilustración replantea gracias a Locke y a Shaftesbury el status del ser, el cual es reivindicado como el primer objeto del conocimiento, en tanto que sujeto capaz de dominar la naturaleza ateniéndose únicamente a la información que transmiten sus sensaciones para acercarse a la verdad. La revalorización de nuestros sentidos que llevaron a cabo los pensadores ilustrados haciendo depender de ellos la certidumbre o incertidumbre de aquello que se quiere conocer presupone de alguna manera la subjetividad radical que defienden los románticos. Pero estos últimos rechazaron las limitaciones que apresaban la actividad del conocimiento guiado únicamente por la Razón y la experiencia, basándose en la unidad del hombre, en el hombre como una totalidad, imagen del Universo.
El Romanticismo arranca de aquel sujeto que la Ilustración reivindica frente al hombre que el cartesianismo deja en manos del Ser Supremo. La autonomía del sujeto como primer logro del pensamiento ilustrado es fundamental para la concepción que el hombre romántico tiene de sí mismo y en relación a la Naturaleza.
Diderot y Rousseau rehabilitan la sensibilidad, la pasión y el amor por la naturaleza.
No obstante, mientras el pensador ilustrado puede descubrir el valor de la sensibilidad, no hace de ella el núcleo de la existencia humana, mientras el romántico concibe para sí y en sí mismo un alma que experiemnta intensamente el amor por la naturaleza, que se consume en sus emociones y en sus dolores, y que en el fondo siempre se busca a sí misma en todo lo que hace.
Biblioteca Literaria del siglo XIX: El Romanticismo
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