fabian | 28 Octubre, 2008 16:23
El arpa de Bécquer, silenciosa y cubierta de polvo, dormía en el ángulo oscuro del salón. El poeta la compara con el genio yacente en el fondo del alma. Una espera una mano de nieve que sepa arrancarle unas notas; otro, la voz que le diga "Levántate y anda".
Me he acordado de esta rima al contemplar las estanterías repletas de libros que me rodean. Mi mirada y mis manos han buscado un tomo bastante grueso y, entre sus múltiples páginas, quizás setecientas, unos párrafos:
- Ah, el pasado. - Juntó las yemas de los dedos a la luz del fuego -. El pasado es muy útil, pero sólo cuando puede enseñarnos algo acerca del presente. El presente es lo que cuenta. Pero me gusta mucho mucho el pasado. Venga. ¿Por qué no enseñárselo ahora, puesto que ha comido y descansado?
Se levantó, una vez más con aquel movimiento que parecía determinado por una fuerza que no procedía de las extremidades de su cuerpo, y yo me levanté a toda prisa, temeroso de que fuera un truco, de que ahora se abalanzaría sobre mí. Pero se volvió poco a poco y levantó una enorme vela del lampadario cercano a su silla.
- Coja una luz - dijo al tiempo que se alejaba del fuego y se internaba en la oscuridad de la gran cámara. Tomé una vela y le seguí a ciertadistancia de sus extrañas ropas y movimientos escalofriantes. Confié en que no me condujera de nuevo a mi sarcófago.
A la escasa luz de nuestras velas empecé a ver cosas que antes no había visto, cosas maravillosas. Ahora distinguía mesas largas ante mí, mesas de una solidez antiquísima. Y sobre ellas descansaban montañas y montañas de libros (volúmenes desmenuzados encuadernados en piel, con cubiertas doradas que captaban el brillo de mi vela). También había otros objetos. Nunca había visto aquel tintero, ni plumas de ave y estilográficas tan raras. Había un estante lleno de pergaminos que brillaban a la luz de las velas, y una vieja máquina de escribir provista de papel delgado. Vi el centelleo de encuadernaciones y cajas incrustadas de joyas, manuscritos ensortijados en bandejas de latón, libros en folio y en cuarto encuadernados en piel suave, así como filas de volúmenes más modernos en largas estanterías. De hecho, estábamos rodeados. Cada pared parecía tapizada de libros. Alcé mi vela y empecé a distinguir títulos, a veces una elegante florescencia en árabe en el centro de una cubierta encuadernada en piel roja, a veces un idioma occidental que sabía leer. Sin embargo, la mayor parte de los volúmenes eran demasiado antiguos para tener título. Era un depósito sin parangón, y empecé a desear con todas mis fuerzas abrir algunos de estos libros, pese a mi situación, tocar los manuscritos en sus bandejas de madera.
Drácula se volvió, con la vela en alto, y la luz captó el brillo de las joyas del gorro, topacios, esmeraldas, perlas. Sus ojos eran muy brillantes.
- ¿Qué opina de mi biblioteca?
- Parece una ... colección notable. La cueva del tesoro - dije.
Can Salas, Biblioteca Pública de Palma- Está en lo cierto - dijo en voz baja -. La biblioteca es la mejor de su clase en el mundo. Es el resultado de siglos de cuidadosa selección. Tendrá mucho tiempo para explorar las maravillas que guardo aquí. [...] Espero desde hace mucho tiempo que alguien catalogue mi biblioteca - dijo -. Mañana podrá examinarla con entera libertad. Esta noche hablaremos.
Volvió hacia nuestras butacas con su paso lento y enérgico. [...] Estuvimos sentados en silencio durante largos minutos, y ya empezaba a preguntarme si seguiríamos así toda la noche cuando volvió a hablar.
- En vida, amaba los libros - dijo. Se volvió hacia mí un poco, de modo que pude ver el destello de sus ojos y el brillo de su pelo desgreñado -. Tal vez no sepa usted que yo era una especie de erudito. No parece que lo sepa mucha gente. - Hablaba en tono desapasionado -. Sabrá que los libros de mi tiempo eran de temática limitada. En mi vida mortal, vi sobre todo los textos que la Iglesia sancionaba, los Evangelios y los comentarios ortodoxos sobre ellos, por ejemplo. Al final, estas obras no me sirvieron de nada. Y cuando me senté por primera vez en el trono que me pertenecía por derecho, las grandes bibliotecas de Constantinopla habían sido destruídas. Lo que quedaba de ellas, en los monasterios, no pude verlos por mis propios ojos. - Tenía la mirada clavada en el fuego -. Pero contaba con otros recursos. Los mercaderes me traían libros extraños y maravillosos de muchos lugares. De Egipto, de Tierra Santa, de las grandes ciudadades de Occidente. Gracias a ellos me familiaricé con las ciencias ocultas de la antigüedad. Como sabía que no podía aspirar a un paraíso celestial - de nuevo el tono desapasionado -, me convertí en historiador con el fin de conservar mi propia historia eternamente.
Guardó silencio un rato, pero yo tenía miedo de hacer más preguntas. Por fin pareció animarse, y dio unos golpecitos en el brazo de su butaca.
- Ése fue el principio de mi biblioteca.
[...]Elisabeth Kostova: "La historiadora", págs. 626 - 629. Umbriel. 2005
Estatuilla de la colección Despuig expuesta en Bellver
El 24 de octubre se celebra el Día de la Biblioteca. En el 2006 lo celebré con el poema de Josep Lluis Aguiló: Tarda a la biblioteca. En el 2007, con Carlos Ruiz Zafón y su cementerio de los libros olvidados de La sombra del viento y este año con la Biblioteca de Drácula recogido en "La historiadora" de Elisabeth Kostova.
Es un día que nos recuerda la importancia de las bibliotecas y archivos para una sociedad. También es un día para agradecer a cuantos trabajan en esas dependencias su labor y esfuerzos, lo cual realizo en estas líneas.
También sería un día para meditar sobre la utilización que los ciudadanos realizamos de las bibliotecas y archivos. Creo que no son las arpas cubiertas de polvo olvidadas en el ángulo oscuro del salón. No, en absoluto; somos muchos los ciudadanos que a ellas acudimos y hay días en que se llenan a tope. Pero también debiéramos aprender todos los ciudadanos a descubrirlas mucho más pues guardan en ellas tesoros que debiéramos aprovechar.
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