fabian | 04 Setembre, 2008 16:19
El primer vapor en Mallorca fue el "Mallorquín", construído en 1837 y que fue correo entre Palma y Barcelona; el 7 de noviembre de 1838 embarcaban en él Frederick Chopin y George Sand. Tras este primer vapor, se compraron otros: el "Barcelonés", en 1847; el "Rey Don Jaime I", en 1856; y en 1858, el "Rey Don Jaime II".
Fue construído este vapor, como su anterior, en los astilleros del Támesis, contratado por la «Empresa Mallorquina de Vapores». El 1 de febrero de 1858 fue botado "y sus características eran - leo en «La Marina de Mallorca» de Juan Pou Muntaner - 190 pies de eslora, 25 de manga y 14 de puntal, desplazamiento de 332 toneladas, casco de hierro, arboladura de goleta, dotado de máquina de vapor con potencia de 235 caballos, propulsado por ruedas y velocidad de 12 nudos". Realizó en principio el correo Palma - Barcelona, desplazando en esta labor al «Rey Don Jaime I». A su vez, cuando en 1865 se compra otro vapor, el «Mallorca», de dos ruedas y dos chimeneas, éste sustituirá al «Rey Don Jaime II» en la travesía Palma - Barcelona y éste al «Rey Don Jaime I» en el correo Palma - Ibiza - Valencia - Alicante.
El vapor "Rey Don Jaime II" en un grabado de Vuillier
Será en estos años cuando un artista francés llamado Gaston Vuillier (1847 - 1915), más que literato, ilustrador, colaborador en muchas revistas francesas y en libros de lujo, como La Danse - era un dibujante que también escribía -, viaja por las islas en los otoños de 1888 por Mallorca y de 1889 por Menorca e Ibiza.
Sus escritos y dibujos sobre estos viajes se publican en tres entregas con el título de Voyage aux îles Baléares en la revista Le Tour du Monde: Mallorca en 1888, Menorca y Cabrera en 1890 y las Pitiusas, Ibiza y Formentera, también en el mismo año. Su obra más conocida es el libro "Les îles oubliées", editado en París en 1893.
En el año 2000, Olañeta Editor publica en la colección "La Foradada", el libro "Viaje a las Islas Baleares", de Gaston Vuillier, que recoge las entregas publicadas en la revista anteriormente citada.
[...] Va a partir el vapor, un viejo y pequeño vapor de grandes ruedas, que lleva el nombre de un rey y que, cascado como está, va como un anciano que se queja, tiembla, tose y escupe, sin darse prisa. Llega a Alicante tras muchas horas de travesía y un descanso en la escala de Ibiza.
Tendremos buen día: ¡qué tranquila está el agua en el puerto! ¡Qué puro está el cielo, qué ligera la brisa! ¡Diríase que son las caricias del sol y del viento!
Anuncia la campana la salida, suelta la maquinaria tres roncos pitidos. El capitán está allá arriba, en el puente de mando. Da órdenes, y sus instrucciones son retransmitidas por un marinero encaramado en una escala. «¡Adelante!», grita el capitán, «¡Adelante!», repite el marinero inclinado hacia la oscura abertura de la máquina. Las ruedas, lentamente, empiezan a moverse. «¡A la izquierda!», «¡A la izquierda!», y luego «¡Todo recto!» «¡Todo recto!». Es original.
El sol matinal parece que derrame polvo dorado sobre la isla que abandonamos, brilla el cielo, y unas pocas lindas nubes avanzan lentamente, se deshilachan y sientan cimientos en el éter azul.
"La ciudad de Ibiza", grabado de VuillierEl Jaime Segundo parte valerosamente; tanto ruido hacen sus enormes ruedas, y tanta espuma nívea lanzan a cada lado del barco en el mar de zafiro, que nadie se da cuenta de que es viejo y destartalado. El sol radiante, que arde en sus cobres, en sus botes de color rojo, en sus mástiles de tonos dorados, en sus jarcias vibrantes, le restablece la juventud. Algunos bromistas dicen que es de constitución delicada, y que por respeto a su edad y sus largos servicios ya no volverán a exponerlo a las temperaturas invernales; oyéndolos, se diría que es su último viaje.
Otros, más malévolos, cuentan que los ingenieros de Argel, tras haberlo visitado pronto hará treinta años, no le daban seis meses de vida. Yo tengo confianza en este barco que ha visto tantas cosas, sobre todo cuando hace tan buen tiempo. ¡Mirad, los enormes pistones de la máquina alojada en sus entrañas se levantan alternativamente por encima de la borda como latidos enérgicos y reguladores de un viejo corazón de monstruo marino!
La cubierta está muy animada, cantan los marineros, se pasean los pasajeros contemplando el cielo y el mar con aire satisfecho, chillan los niños, cloquean unas gallinas atadas por la pata, blancas gaviotas siguen el barco y un grumete las mira mientras come una granada. De entre sus blancos dientes rezuma en cada comisura el rojo jugo de la fruta. Pasa un velero; luego un vapor. Del lado de atrás se ven las montañas de Mallorca difuminarse poco a poco mientras descienden en el horizonte y se hacen fluídas como una visión, mientras que por delante aparecen las colinas de Ibiza y la costa de la isla de Tagomago, bordeada de precipicios.
Durante un rato pasamos junto a un acantilado derrumbado; la ladera de la montaña está al desnudo y como ensangrentada.
Y pronto vemos, sobre una roca escarpada, la ciudad de Ibiza, con sus blancas casas de tejado plano escalonadas y en anfiteatro como la alcazaba de Argel, dominada por una catedral y una oscura fortaleza, ceñida de murallas cobrizas.
El Jaime Segundo parece que redoble su ardor; ha empleado nueve horas en traernos desde Palma, pero suelta su humareda como penacho de su chimenea de hierro, rodea con gran ruido el faro de Botafoc y entra orgullosamente en el puerto mientras la población reunida en la escollera le da una ovación muy sentida.
"Entrada en el puerto de Ibiza", grabado de VuillierVa a ponerse el sol, envolviendo la ciudad en una aureola de llamas; la multitud de abigarrado vestido se mueve en la sombra, tumultuosa, chillona y agitada; llegan unos marineros en sus barcas y pronto irrumpen en la cubierta del barco. Uno de ellos toma mi maleta, otro mi parasol y un tercero mi manta de viaje. Luego llegan otros que se precipitan sobre mi baúl y lo embarcan tras grandes esfuerzos. Llegado al muelle, se reproduce la misma escena y no me quedo tranquilo hasta que me encuentro en un cuarto de la fonda donde me refugio.
Los he despedido mientras ellos no paraban de secarse la frente para mostrarme lo pesado que es mi equipaje.
Gaston Vuillier: "Viaje a las Islas Baleares" La Foradada (Olañeta Editor), págs. 217 - 219
Y ahora, ¿dónde clasifico este texto: en Literatura o en Náutica?
Se pueden encontrar algunos de sus grabados sobre Ibiza en oliba.uoc. es
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