fabian | 12 Abril, 2006 16:07
Ya he contado alguna vez que la ciudad antigua, amurallada, se divide en dos: la ciudad alta, situada sobre altozanos poco elevados, y la ciudad baja, marina y pescadora. Separadas ambas partes por el cauce de una riera o torrente que alguna vez dio algo más que un susto y se llevó vidas y bienes de esa parte baja de la ciudad. Pues al final de esa zona y cercana al lugar donde la Riera entraba en Palma hay una pequeña elevación de terreno cuyo alrededor tenía pequeñas huertas y conventos. Los nombres de las estrechas calles y escalinatas que suben a esa colina, como la "Calle de la Prohomonimia", nos hablan de que fue un lugar dejado a los pobres, a los enfermos y desheredados de este mundo. En la cima se halla un antiguo hospital donde, posiblemente, también hubiera un desaparecido cementerio. Junto al hospital un gran caserón: La Misericordia, donde se recogían a los ancianos sin familia y a los niños huérfanos. Dentro del hospital, una iglesia no muy grande, y en ella un Cristo amado por los mallorquines: el Cristo de La Sangre.
Se cuenta que, necesitados de sostenimiento económico, un día al año, en estas florecientes primaveras, unos hombres cargando con la cruz, bajaron a paso lento las rampas que conducen hacia el torrente y, tras las cuestas que suben a la ciudad alta, pidieron ayuda para los enfermos y hospiciados. Posiblemente en aquellos tiempos no les acompañara ningún tambor ni banda de música que, actualmente, cada jueves santo, anuncian con sus sones ese lento caminar del Cristo de La Sangre bajando la rampa del hoy llamado Jardín Botánico y ascendiendo las cuestas de los Olmos, nombre que ha quedado a la calle situada junto a la muralla antigua, para adentrarse en las calles señoriales de la ciudad alta.
Hoy día el tema de las procesiones de esta semana es complejo ya que son varias las que se celebran desde el Domingo de Ramos hasta el de Pascua. A mí me gustan las cortas, como las de los días previos al jueves: la de Santa Cruz por los barrios marineros - miércoles santo -; la del martes, por la zona comercial del centro de Palma, en que una Virgen Dolorosa, tras recorrer las calles comerciales, sube hasta ese antiguo hospital para reunirse con el Cristo de La Sangre; la del lunes que recorre los antiguos "calls" - barrios judíos -. Pero aún así, hoy son excesivamente largas para mi poca paciencia.
La Dolorosa, una talla de 1869 realizada por Guillem Galmés
El ritmo lento, la cera quemada, los broncos sones del tambor, los agudos de las trompetas, las marchas fúnebres de las bandas, la oscuridad de la noche, las figuras religiosas, el colorido de las vestimentas, las fragancias de las flores todo ello por calles, mejor algo estrechas y sin aglomeraciones, son un espectáculo para la vista y, quizás, elemento para la meditación.
La cara del dolor, de la necesidad, de la angustia, del sufrimiento, se oculta en nuestra sociedad. Pero está ahí y aquí. La Semana Santa nos habla un poco de todo eso. Y no sé si también decir que de algo más que quizás yo no acabo de entender. Con todo, la Semana Santa en Palma es hermosa.
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