fabian | 07 Març, 2006 19:23
Alguna vez leí - y siento no haber hallado esta información en Internet - que entre las personas cercanas a los cincuenta años se da una cierta confusión al decir su edad. Así, entre los 47 y 50 años hay un porcentaje de la población que da una cifra, 49 por ejemplo, y realmente tienen un año más o un año menos del citado. Es como un balbuceo o inseguridad. También leí que Hacienda y otras entidades conocen este fenómeno y lo tienen en cuenta. Esta pequeña confusión sólo se da en esa edad ya que, cumplidos los 50, ya no hay equívocos.
No he sido capaz de hallar en Internet algo sobre este fenómeno y lo lamento pues hubiera podido asegurarlo o confirmarlo y, quizás, leer algo sobre sus posibles causas o saber cómo llaman este fenómeno. Temo que no sé utilizar muy bien los buscadores. Supongo que una posible causa sea la dificultad del cálculo con las cifras 7, 8 y 9 junto con un cierto "peso psicológico" del número redondo del medio siglo de existencia.
La verdad es que a mí me ocurrió en su tiempo y más de una vez tuve que realizar el cálculo pues no estaba seguro de la cifra exacta. Y también es verdad que, cumplida esa edad, ya no he tenido ninguna dificultad para acordarme de la cifra exacta de años.
En la fachada del Ayuntamiento de Palma
¡Qué lástima que los edificios no pongan algún detalle escultórico en sus fachadas! Estaría muy bien la ciudad en la que cada edificio tuviera alguna escultura distintiva.
Introducirse en el tema de la memoria y del recuerdo puede ser apasionante y complejo. Debe haber escritura científica sobre el tema y, lo ignoro, quizás también la haya literaria.
En el libro de Kazuo Ishiguro "Nunca me abandones", en sus primeras páginas, donde por una parte se plantea la situación inicial y, por otra, se lanzan líneas para captar la atención o interés de los lectores, una extraña "cuidadora" (el autor utiliza esta palabra sin definir bien su función) narra una situación extraña en la que la memoria toma cierta relevancia.
A lo largo de los años ha habido veces en que he tratado de dejar atrás Hailsham, diciéndome que no tenía que mirar tanto hacia el pasado. Pero luego llegué a un punto en el que dejé de resistirme. Y ello tuvo que ver con un donante concreto que tuve en cierta ocasión, en mi tercer año de cuidadora; y fue su reacción al mencionarle yo que había estado en Hailsham. Él acababa de pasar por su tercera donación, y no había salido bien, y seguramente sabía que no iba a superarlo. Apenas podía respirar, pero miró hacia mí y dijo:
- Hailsham. Apuesto a que era un lugar hermoso.A la mañana siguiente le estuve dando conversación para apartarle de la cabeza su situación, y cuando le pregunté dónde había crecido mencionó cierto centro de Dorser; y en su cara, bajo las manchas, se dibujó una mueca absolutamente distinta de la que le conocía. Y caí en la cuenta de lo desesperadamente que deseaba no recordar. Lo que quería, en cambio, era que le contara cosas de Hailsham.
Así que durante los cinco o seis días siguientes le conté lo que quería saber, y él seguía allí echado, hecho un ovillo, con una sonrisa amable en el semblante. Me preguntaba sobre cosas importantes y sobre menudencias. Sobre nuestros custodios, sobre cómo cada uno de nosotros tenía su propio arcón con sus cosas, sobre el fútbol, el "rounders" (juego inglés parecido al béisbol), el pequeño sendero que rodeaba la casa principal, sus rincones y recovecos, el estanque de los patos, la comida, la vista de los campos desde el Aula de Arte en las mañanas de niebla. A veces me hacía repetir las cosas una y otra vez, me pedía que le contara cosas que le había contado ya el día anterior, como si jamás se las hubiera dicho: «¿Teníais pabellón de deportes?»; «¿Cuál era tu custodio preferido?». Al principio yo lo achacaba a los fármacos, pero luego me di cuenta de que seguía teniendo la mente clara. Lo que quería no era sólo oír cosas de Hailsham, sino recordar Hailsham como si se hubiera tratado de su propia infancia.
Sabía que se hallaba a punto de «completar», y eso era precisamente lo que pretendía: que yo le describiera las cosas, de forma que pudiera asimilarlas en profundidad, de forma que en las noches insomnes, con los fármacos y el dolor y la extenuación, acaso llegara a hacerse desvaída la línea entre mis recuerdos y los suyos. Entonces fue cuando comprendí por vez primera - cuando comprendí de verdad - cuán afortunados fuimos Tommy y Ruth y yo y el resto de nuestros compañeros.
Kazuo Ishiguro: Nunca me abandones (pág. 15 - 16)
Ya digo que esta cita corresponde al inicio de la novela y no están claras algunas figuras, como los "donantes" o los "cuidadores", así como las situaciones como la de "completar" o la del edificio de Hailsham. Todo esto tiene la función de despertar un interés así como la de crear los espacios y las tramas de la novela. Pero esa línea relacionada con la mmoria personal en la que un donante parece querer sustituir sus propios recuerdos infantiles (¡Cuán pocas cosas recuerdo de mi infancia!) por los de otra persona me ha producido un escalofrío. ¿Es eso posible?
La desvaída línea del recuerdo puede ser un espacio apasionante.
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