fabian | 10 Febrer, 2006 18:58
Ese viaje en tren [de Estambul a Budapest], con las vías talladas a través de murallas montañosas, sus espacios con bosques y precipicios, ríos y ciudades feudales, tendría que esperar a mi carrera posterior, como ya sabes, y lo he hecho dos veces desde entonces. Hay algo muy misterioso para mí en el cambio que se percibe, a lo largo de esa ruta, del mundo islámico al cristiano, del imperio otomano al imperio austrohúngaro, de lo musulmán a lo católico y protestante.
Es una gradación de ciudades, de arquitectura, de minaretes que van dejando paso a cúpulas de iglesias, del mismísimo aspecto del bosque y la orilla del río, de manera que poco a poco empiezas a creer que eres capaz de leer en la propia naturaleza la saturación de la historia. ¿Tan diferente parece la ladera de una colina turca de la pendiente de un prado magiar? Claro que no, pero la diferencia es imposible de borrar del ojo cuando la historia te informa desde la mente.
Más tarde, cuando recorrí esta ruta, la vi también alternativamente apacible y bañada en sangre, otro engaño de la visión del historiador, siempre desgarrado entre el bien y el mal, la paz y la guerra. Tanto si imaginaba una incursión otomana por el Danubio como la primera invasión de los hunos desde el este, siempre me atormentaban imágenes conflictivas.
Recogido en Elisabeth Kostova: La historiadora, Cap. 38, pág. 320
Cuando Margarita y yo éramos novios, finales de los sesenta, recorría en tren una parte de la isla. En aquel entonces era relativamente lento y, a fuerza de recorrer el mismo trayecto cada semana ya fuera invierno o verano, me gustaba contemplar el paisaje y ponerme determinadas observaciones, ya la vegetación, las construcciones, los desniveles, los topónimos, los cultivos, los tipos de tierra, etc. Siempre que he viajado he procurado sentarme junto a una ventanilla y observar, mirar, empaparme del paisaje.
El Casal Solleric: un juego de arcos
La mirada es siempre un complejo. "Es imposible de borrar del ojo cuando la historia te informa desde la mente" dice la cita recogida. Y es que quien mira no es el ojo sino toda la persona con su bagaje de vivencias, y entre ellas, sus lecturas y, sobre todo, el lenguaje, las palabras que delimitan y dan nombre a los objetos, a las cosas y a los seres.
Yo recuerdo que la lectura de algunos libros, tal como "Campo y ciudad en la geografía española" o algunos libros de Azorín me enseñaron a mirar y descubrir el paisaje. Cómo las tierras arcillosas permiten determinados cultivos y son propicios para el riego y cultivo de hortalizas; cómo las tierras calizas tienden al secano y en ellas los cultivos son diferentes. He sentido la necesidad de los nombres de árboles y plantas, nombres que diferencian y definen; nombres de los tipos de tierras que dirigen la mirada y diferencian colores y granulaciones. Es la mente la que mira el paisaje y distingue elementos entre los nombres de los que dispone. La ausencia de estos últimos hace que todo sea una generalidad, una mezcolanza poco clara e imprecisa.
Con el paisaje urbano ocurre lo mismo. Son los nombres los que nos hacen reparar en los tipos de arco, en las formas de las columnas y sus partes, en los materiales, en los tipos de balcones o de escaleras, en las formas de las superficies. Y yo noto a faltar en mí una gran ausencia de vocabulario y, con él, una gran ceguera en mi mirada.
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